martes, 29 de junio de 2010

H.A. Covington, "Adolf Hitler. Un Testamento Personal".





Adolf Hitler. Un Testamento Personal
H.A Covington
(Traducido por Bucelario)
Siempre he sabido que Hitler tenía razón. Incluso cuando yo no era más que un niño y no tenía la menor idea de en qué consistía el Nacionalsocialismo, creo haber reconocido instintivamente que nada era como tenía que ser en la sociedad en que he crecido, y que nadie ha sido temido, odiado e injuriado por las autoridades de dicha sociedad como Adolf Hitler.
Cuando jugaba a la guerra con otros niños en mi Burlington natal, en Carolina del Norte, yo siempre quería pelear en el bando alemán. Esto no era algo inusual, había otros chicos como yo que llevaban esvásticas en las cubiertas de sus libros escolares y aclamaban a los alemanes cuando veían programas de televisión como Combat o The Gallant men. Había algo en las siluetas de esos cascos teutónicos en forma de cubo que estremecía sobremanera nuestras almas. A menudo me he maravillado de que eso ocurriese, pues al ser tan jóvenes desconocíamos en qué había consistido la guerra o que proponía el NSDAP, y, de hecho, estábamos constantemente sometidos a un bombardeo de propaganda anti-NS, en un momento en que la guerra permanecía en la memoria como algo muy reciente. Pienso que se debe a algún tipo de innata facultad moral en los nuestros, que los arios nacen con ella; la cual reconoce por instinto la diferencia entre verdad y mentira, entre el bien y el mal. Es de lamentar que no haya más de nosotros capaces de retener esa facultad en la vida adulta.
Una vez crecí lo suficiente como para entender un poco mejor las cosas, mi temprana admiración y fascinación de la infancia hacia el Tercer Reich y la dinámica figura de Adolf Hitler no hicieron sino crecer; así me di cuenta de que mis instintos iniciales habían sido los correctos. Ni una vez, ni siquiera cuando no era más que un niño que leía sus primeros libros sobre la Segunda Guerra Mundial, creí en el mito del Holocausto. No tenía la más lejana idea de lo que significaba la palabra “logística”, pero suponer que una nación que luchaba por su existencia pudiera dedicar inmensos recursos, tropas y tiempo a un acto sin sentido de exterminio en masa, era algo ostensiblemente ridículo. Deseché la historia del Holocausto como la típica propaganda de guerra y busqué datos.
Cuando tenía unos diez años, conocí por vez primera a un veterano de guerra alemán, se trataba del amigo de un amigo de la familia. Era un atractivo y talentoso artista de mediana edad, residente en Greensboro, a quien, en caso de que aún viva, llamaré Johann. No lo sabía, pero Johann había sido un Fallschirmjäger durante la guerra. En un cocktail nocturno, un paleto gritón detallaba minuciosamente como había disfrutado vapuleando al viejo Hitler y ganando la guerra él solo. Describía alguna batalla acontecida en Italia y dijo: “… Entonces, ¡los malditos, condenados y asquerosos paracaidistas cayeron desde el cielo!”
Johann hablo en voz alta desde una esquina. “Ja” dijo. “Lo recuerdo. Os asustamos y echasteis a correr”. El estúpido palurdo guardo un silencio notorio durante lo que quedó de la noche.
Yo estaba fascinado. Allí estaba realmente un hombre que había portado aquel caso y aquel uniforme, con el águila y la esvástica que había visto en el cine y la televisión. Tan pronto como me fue posible, llevé a Johann a un rincón apartado y le pregunté con excitación: “¿Llegaste a conocer a Adolf Hitler?”. “No, no personalmente” contestó sonriente. “Pero lo vi en muchas ocasiones. Soy de Nuremberg, donde se realizaban las grandes concentraciones, y, anualmente, el Führer pasaba bajo la ventana de mi casa en su coche descapotable. En cierta ocasión, alzó la vista y me vio cuando estaba asomado a la ventana, y sonrió. Más tarde, ingresé en las Juventudes Hitlerianas y le escuché hablar”. Johann permaneció callado un instante y añadió: “Cuando oigas sus palabras, creerás que era un dios”. Años después, escuché las palabras de Hitler, y lo creí. Todavía puedo oírlas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario