martes, 14 de junio de 2011

George Lincoln Rockwell, "In Hoc Signo Vinces".


In Hoc Signo Vinces
 George Lincoln Rockwell
(traducido por Bucelario)
El éxito duradero de cualquier empeño humano jamás es resultado de la suerte ciega. La consecución de un objetivo definido, ya sea el acto de caminar del punto X al punto Y, la construcción de una casa o la organización de un negocio, es siempre el resultado de tres cosas:
-La habilidad intelectual para percibir el problema en cuestión, la oposición que debemos esperar y la mejor manera de vencer esa oposición para alcanzar el objetivo.
-La voluntad y determinación de hacer cuanto sea necesario para conseguir el objetivo deseado, a pesar de la oposición.
-Los medios físicos, la fortaleza y el coraje de cumplir y completar el plan o combate concebido por la mente y determinado por la voluntad.
Si cualquiera de esos tres elementos falta en el propósito de alguien, el fracaso es el resultado inevitable y predecible.
Un hombre demasiado estúpido como para comprender los variados factores implicados en el intento de caminar del punto X al punto Y, con un sendero entre ambos que es una jungla infestada de serpientes, peligrosos carnívoros y fiebres; y que no se haga con armas, mapas, medicinas y otros pertrechos, jamás llegará hasta Y, sin importar cuan persistente sea su determinación o poderosos sus músculos. Otro hombre que intente el mismo viaje, fracasará en alcanzar Y, aunque perciba claramente los peligros y se prepare para ellos y sea de recia musculatura, si es tan irresoluto y débil de voluntad que no persevera en el esfuerzo y, llegado el caso, en el uso despiadado de la fuerza que pudiera ser necesario para vencer y destruir a las fuerzas que se le opongan. Y un tercer hombre que posea el intelecto para percibir los peligros y preparase, y con la voluntad y determinación de luchar a lo largo del camino con extremo heroísmo, pero que sea de cuerpo frágil y físicamente débil, no podrá ejecutar los mandatos de su mente y voluntad, si acaso no sucumbe ante adversarios más fuertes que le salgan al paso.
Eso vale tanto para las civilizaciones como para los esfuerzos de los individuos. Docenas de grandes civilizaciones han perecido a causa de no cumplir con uno o más de estos tres elementos necesarios en la lucha por la supervivencia.
Las sociedades salvajes suelen perecer no tanto por la falta de voluntad vigorosa o fortaleza física, como por incapacidad para percibir la situación real. Ahogadas en la superstición y tropezando en las tinieblas de la ignorancia, se ven arrolladas por las fuerzas de violentos acontecimientos naturales, catástrofes y enfermedades que sociedades más civilizadas han aprendido a superar.
Por otro lado, las civilizaciones –debido a todos sus logros intelectuales y ciencia- perecen con más frecuencia por la quiebra de la voluntad, la disminución del salvaje e implacable instinto de supervivencia y dominio, los cuales crearon originalmente esas sociedades. Devienen en “humanitarias”, egoístas y blandas. Se convierten en físicamente débiles y dependen de ejércitos y policía a sueldo para que peleen en sus combates. El aguerrido espíritu de honor, autosacrificio y heroísmo de sus ancestros se traiciona a favor de un creciente amor por la tranquilidad, el lujo y la cobardía, enmascarado como “humanitarismo”.
Cuando una civilización alcanza esa etapa de agotamiento en su declive, sólo un muy raro suceso puede frenar el colapso final de la sociedad mientras la decadencia se vuelve cada día más evidente. Únicamente cuando la sociedad agonizante posee todavía la suficiente energía como para producir un gigante espiritual, un divino retroceso al antiguo heroísmo de su pueblo, alguien capaz de conmocionar y sacar a la civilización de su natural noche histórica de sueño y muerte, una sociedad puede alzarse de nuevo por un periodo de tiempo a pesar de la oposición suicida del pueblo moribundo, el cual tan solo anhela la “paz” y la somnolencia de la muerte.
La Civilización Occidental Aria pasó el punto histórico de no retorno en su viaje al olvido durante el siglo XIX, como debidamente señalaron Spengler, Chamberlain y otros. De no ser por la increíble y milagrosa llegada de Adolf Hitler en el último momento posible, el único camino soportable para un hombre inteligente, perceptivo y sensible que tiene a su alrededor una civilización repugnante y empeñada en suicidarse, sería abandonarse al disfrute de los placeres momentáneos para poder escapar a la realidad, que aplasta el alma, de una civilización judaizada, desguazada e idiotizada que se lanza sin dudar hacia la jungla en nombre del “humanitarismo”.
Pero la parición de Adolf Hitler en la historia es una evidencia de que todavía permanece en la Civilización Occidental blanca una chispa suficiente de autosacrificio y vigor creativo como para permitir, tal vez, que el hombre blanco sobreviva otro milenio más o menos. Esta chispa infinitamente preciosa no será, sin embargo, más que eso y terminará por desaparecer rápidamente en las tinieblas a causa de que la diminuta elite humana con la clarividencia de ver lo que Hitler hizo, es demasiado egoísta, cobarde y miope para aplicar las lecciones de la Historia antes de que sea demasiado tarde, y avivar la chispa que Hitler nos legó dentro de la espectacular llama de la civilización que fundaron nuestros valerosos antepasados.
Hasta ahora, el terrible castigo que han sufrido los héroes hitlerianos que lucharon por la civilización a manos de las fuerzas judaicas de la decadencia y la destrucción ha acobardado y aterrorizado al mundo de tal modo que, incluso aquellos capaces de ver y comprender el peligro para la Humanidad y el camino de la salvación que nos mostró Adolf Hitler, son atacados tan acerbamente en sus vidas, libertades y comodidades que no osan recoger la sagrada chispa de la supervivencia blanca y avivarla con su propio aliento vital, la cual habrá de prender pronto o desparecer para siempre.
El ario, la Humanidad blanca está ante el precipicio de la oscuridad y el olvido. Abajo, los huesos de otros que creían saberlo todo se encuentran esparcidos entre los peñascos de la negrura eterna, civilizaciones pomposas incapaces, sin duda, de imaginar su propia caída al cabo del tiempo, cuando observaban a su alrededor el poder externo y la magnificencia imperial. Fueron incapaces de darse cuenta de la amenaza TOTAL de una debilidad creciente y del “humanitarismo”, incapaces de reunir la voluntad TOTAL necesaria para invertir la marcha histórica hacia la muerte y el olvido. Fueron demasiado indolentes y egoístas, codiciosas y cobardes como para prestar atención a la diminuta minoría que acabó calcinada, crucificada, lapidada, devorada por los leones o que tomó la copa con cicuta.
Si dentro de mil años queda constancia de la historia, y hay personas capaces de estudiarla, en su mayoría se maravillarán incrédulas ante la obstinada negativa del Hombre blanco de emplear su fuerza aplastante, conocimiento y el providencial obsequio que fue el liderazgo de Adolf Hitler, para salvarse de la más increíble y servil esclavitud a manos de una pandilla relativamente pequeña de judíos repugnantes, patológicamente desequilibrados, físicamente débiles y cobardes, arrogantes y tiránicos.
Hoy, nuestros problemas no son problemas “americanos”, problemas “británicos”, problemas “franceses”, “alemanes”, “europeos” o “africanos”. Son problemas de la SUPERVIVENCIA DE TODOS LOS HOMBRES BLANCOS. ¿Qué, en nombre de la más elemental razón, supone la diferencia entre Bartholomew Buckimgham nacido cerca del Támesis, Hans Schmidt del Rin, Pierre Dubois del Sena, Per Olafson de Estocolmo, Eric Erasmus de Durban, Joe Doaks en Podunk (Ohio) o John Smith en Auckland (Nueva Zelanda), comparada con la pregunta: “¿Habrá más Bartholomews, Hanses, Pierres, Pers, Erics, Joes o Johns en el futuro?”?
Nuestro planeta está repleto de criaturas de color que nos superan en número de más de CUATRO A UNO; y en todas nuestras naciones, esos seres inferiores son, según se nos dice, nuestros iguales, con voto sobre nuestro dinero, libertades, vidas y honor. Por las nociones anticuadas de nacionalismo y democracia, yo, Lincoln Rockwell, tengo que proteger, ser cuidadoso y leal con uno de los más bajos engendros de la jungla, traídos al mundo por sus negras madres en solitario en alguna acequia o sucia cuna de América. Porque, por supuesto, son “americanos”, al cabo, ¿y no trabajamos todos por el bien de “América”?
¿O debo ser leal y morir por esos semianimales miserables y dignos de lástima, mis “compatriotas americanos” mientras se masacra a millones y millones de excelentes especímenes biológicos de mi propia raza, porque una banda de judíos de Hollywood nos enseña que los americanos han de odiar a los alemanes?
¿O, por otra parte, he de ser leal a una determinada porción de geografía, por la que debo matar a mi propia gente y, quizás, morir yo mismo? ¿Debe acabar mi lealtad a este pedazo de geografía en la frontera canadiense?
Pero, tal vez, este sea el “Americanismo” al que debo fidelidad y por el que he de hacer la guerra a los hombres, mujeres y niños alemanes. Sin embargo, cuando examino lo que dicen que es el “Americanismo”, encuentro que consiste, en esencia, en aceptar servilmente el sometimiento manso a una dirección judía de mi cultura, gobierno, religión, entretenimiento e incluso mi vida sexual.
¡No, todo esto es un disparate!
A lo único que puedo ser leal con convicción profunda –la única lealtad comprensible- es a mi hermandad RACIAL y, por tanto, cultural, con mi propia gente, sin importar donde haya nacido. Cuando se desafía a esa lealtad y mi gente está en peligro, es monstruoso pretender que hemos de mostrarnos recelosos con otros cualesquiera sólo porque vivimos al otro lado de líneas geográficas imaginarias, y por eso –unido a la adecuada preparación y propaganda en manos de un grupo internacional de judíos- los hombres blancos tenemos que matar, bombardear, reducir a cenizas y odiar eternamente a otros por ser “rivales comerciales”, o por la “Democracia americana” o el “Imperio británico” o cualquier otra cosa.
Soy un HOMBRE BLANCO, hermano de todos los demás hombres blancos, lo que significa que me uniré a ellos y, de ser preciso, los lideraré en la batalla por la supervivencia contra la ineflable amenaza de las poblaciones de color que se alzan contra los hombres blancos para masacrar y saquear, ¡encabezados por los intrigantes judíos!
Pero, al igual que el primer hombre en la analogía del camino en la selva infestada de serpientes, demasiados de nuestros “líderes” blancos fallan en percibir las proporciones cósmicas del problema, y creen que podrán resolverlo en “su” país, y con medidas moderadas.
La reducida minoría que ve lo atroz y la urgencia total en la situación del hombre blanco ha intentado –hasta nuestra aparición en escena- pelear con menos armas de las precisas en una lucha total por la supervivencia. La mayoría de los mejores líderes ha imaginado que pequeños grupos de hombres blancos acosados, reunidos en pequeños núcleos geográficos tras líneas imaginarias y que ondean bravamente trapos de colores al viento, pueden sobrevivir por ellos mismos, y que se vayan al infierno todos los blancos que tengan trapos de distinto color.
Los judíos NUNCA han cometido la equivocación de agruparnos en esos falsos “equipos” geográficos. Al contrario, los judíos –con su Bolchevismo, Sionismo y mestizaje- atacan a TODOS los blancos, en TODO LUGAR y en TODO MOMENTO. Mandan sus ejércitos de negros a todas nuestras naciones en ataque concentrado dirigido contra la élite blanca del Mundo, sin la menor consideración hacia fronteras, banderas, idiomas o culturas “nacionales”. Ante esta amenaza de aniquilación total como RAZA, millones de aquellos que atisban el peligro se dedican a farfullar en voz baja sobre “el Imperialismo yankee”, “el Imperio británico”, “los sucios católicos”, “ateos inmorales”, “republicanos”, “laboristas”, “malditos yankees”, “Alemania primero”, etc, etc ad nauseam.
Cual niños pequeños perseguidos por una multitud de secuestradores y asesinos, no pueden resistirse a pelear por quién tiene más canicas, en las mismas fauces del riesgo mortal que han olvidado temporalmente. ¡La batalla de nuestra época, si va a haber alguna, es por LA SUPERVIVENCIA DE LA RAZA BLANCA!
Y para sobrevivir, el hombre blanco tendrá que RECONQUISTAR la tierra que sus ancestros conquistaron y civilizaron una vez a costa de mucha sangre. Bajo las enseñas del Judaísmo Internacional, las masas de color amenazan devolver la civilización al salvajismo. Bajo la enseña de la esvástica de Adolf Hitler, los blancos de todo el mundo dominarán el planeta para salvar la civilización.
La guerra judaica contra la civilización se ha convertido realmente en una gigantesca REVOLUCIÓN mundial, en el curso de la cual han masacrado a millones de nosotros al grito de “¡Democracia!”, “¡Gott mit uns!”, “¡Emancipad a los esclavos!”, “¡Libertada, igualdad, fraternidad!”. Y ahora se preparan para el baño de sangre final en que gritaremos “¡Capitalismo!” y “¡Comunismo!” respectivamente, como dos bandos de hombres blancos matándose unos a otros con bombas atómicas financiadas por los judíos.
Durante esas guerras fratricidas y suicidas, los judíos no se han detenido en sacrificar a millones de sus hermanos por su diabólica causa, como hicieron en la última monstruosa carnicería acaecida en la década de 1940. Los judíos comprendieron lo que NOSOTROS debemos comprender: que juegan en la mayor apuesta conocida por la Humanidad –el dominio de toda la Tierra- y no retroceden ante las ineludibles conclusiones estratégicas y tácticas que se infieren del conocimiento de dicha apuesta. Si esperamos sobrevivir, entonces hemos de tener la inteligencia y fuerza mental para encarar la letal situación y actuar IMPLACABLE, RAPIDA y EFICAZMENTE.
Los judíos casi han completado el paso final en su revolución de 4000 años hacia el poder mundial. Ahora están en posesión de la clave del poder total para manipular y controlar todo el poderío mundial, y un poco más de lavado de cerebro y quiebra de la voluntad de las masas es lo único que falta para hacer de su dominación mundial un poder formal y reconocido. Han luchado y triunfado en su marcha hacia este poder increíble en virtud de una determinación insuperable y una voluntad férrea de más de cuarenta siglos, y tan solo un milagro puede evitar la victoria de final de semejantes guerreros fanáticos, tan trágica y cruelmente perversa sería su victoria sobre la Humanidad.
Incluso los judíos ateos –que son la mayoría- tienen la creencia inexplicable, procedente de las antiguas profecías hebreas, de que cuando “la ley salga de las colinas de Sión” (es decir, Jerusalén) supondrá el milenio para los judíos, quienes se adueñarán de la Tierra y la gobernarán. AHORA ESTÁN EN JERUSALEN y sólo les falta unos pocos edificios para poseerla totalmente [NOTA: el comandante Rockwell escribió esto antes de la guerra de 1967, en la que los judíos se hicieron con el resto de la ciudad]. Experimentan un frenesí a nivel mundial al poder sentir la victoria total que estamos a punto de darles, ¡e incluso preparan en estos momentos se orgía sacrificial de victoria en Tel Aviv!
¡Frente a esa amenaza innombrable, por la que todos nosotros y el mundo entero caerá bajo la tiranía de una banda de criminales paranoicos, el estrecho chauvinismo, conservadurismo y regionalismo de los dirigentes de derechas supone el culmen de la estupidez! Con los judíos, señores de mestizos, a la cabeza de MILLONES de salvajes en un ataque mundial contra la elite blanca portadora de la civilización, y con el fin tan próximo en términos históricos, solamente los líderes más miopes pueden mantener divididos y desamparados a nuestros hijos en “equipos” de americanos, sureños, católicos, alemanes, yankees, ateos, holandeses, conservadores, irlandeses, etc. En una lista lamentable y desgarradora. El judío puede estar en todos esos grupos, pero ANTE TODO, ES UN JUDIO.
Nuestra primera labor para salvar la civilización –lo que requiere salvar al hombre blanco- es hacer a los blancos total y absolutamente conscientes de la RAZA sobre cualquier otra lealtad. Nuestra gente podrá ser demócrata, alemana, católica o inglesa si así lo desea y conviene a sus propósitos, pero ANTE TODO, DEBEN SER BLANCOS. De otro modo, los judíos nos mantendrán divididos, indefensos e inconscientes de nuestra unidad y fuerza racial, mientras luchan fanáticamente como judíos, sin importar donde se encuentren, hasta lograr su empeño.
El mundo de la TV, los cohetes y los viales en avión se ha vuelto lo bastante pequeño como para permitir a todo grupo de blancos disfrutar del lujo suicida de pelear con otros blancos en nombre del judío, otra vez, sin importar la razón que dé la propaganda. Simplemente, no podemos obstinarnos en luchar entre nosotros mientras nos encontremos bajo el ataque aplastante y letal de hordas sin fin, dirigidas por un enemigo tan fanático y diabólico como los judíos marxistas y sionistas. La principal razón por la que el hombre blanco ha ido perdiéndose durante tanto tiempo es que ha fracasado o renunciado a ver la enormidad y apremiante urgencia del problema. Se ha permitido la distracción de un millón de pequeñas disputas en torno a naderías, mientras su raza acababa al borde de la extinción.
Como el primer hombre de la analogía, no hemos entendido el camino, la naturaleza de los obstáculos y, lo peor de todo, no hemos alcanzado la meta a la que debemos llegar a o morir. Esta meta es y ha de ser LA SUPREMACÍA DEL HOMBRE BLANCO EN LA TIERRA, puesto que la civilización depende en exclusiva de esa supremacía. Cualquier objetivo menso carece completamente de valor, como es completamente inútil tomar vitaminas y tener buena salud para un hombre que va ser ahorcado.
Y un objetivo tan fabulosamente difícil y cósmico como es la supremacía mundial, no se puede lograr mediante la suerte, el secreto, las soluciones moderadas, las oraciones, las ilusiones, el lenguaje sutil, panfletos o la violencia esporádica. Lo que hemos de pretender y alcanzar es una REVOLUCIÓN MUNDIAL opuesta a la revolución judaica marxista-sionista. Y las revoluciones nunca, nunca, NUNCA son el resultado de levantamientos espontáneos y fortuitos, sino SIEMPRE el producto de una planificación implacable y científica, así como de la lucha, basadas en las leyes inmutables de las grandes agitaciones sociales. Tras los patíbulos y las barricadas, siempre está la historia de quienes planean conjuras a la luz de la velas; de otro modo, la revolución se anulará en un abrir y cerrar de ojos.
Nuestro puñado de líderes no solo ha fracasado en realizar el objetivo desmesurado al que aspiramos, además, han fracasado especialmente al encarar sus tremendas responsabilidades en la planificación. Continuamente, supuestos líderes han surgido y nos han conducido a tristes esfuerzos para pellizcar la punta de la cola del tigre, únicamente para malgastar nuestra esencia, sangre y heroísmo en un combate estéril en el que siempre acabamos destrozados por único zarpazo aplastante de las garras de la bestia.
La revolución mundial judía sólo puede quebrarse y vencerse mediante una revolución mundial contraria.
Toda revolución ha de prepararse con cuidado y precisión, en concordancia con las férreas leyes que gobiernan la conducta de las masas. Una revolución mundial, ante el asombroso poder de la judiada, ha de planificarse y ejecutarse con una brillantez e implacabilidad sin igual en la historia del mundo.
La norma fundamental en un trastorno social cataclísmico tal como una revolución es: “La sangre de los mártires es la semilla de la iglesia”. Quizá suene cruel y brutal, perro es cierto, no obstante, que ha de verterse en vastas cantidades la mayor cantidad de sangre y torrentes de lágrimas para lograr el objetivo de la más grande proporción de agitación humana a la que se aspira. La clase de movimiento inaudito y colosal –el único que puede invertir las tendencias suicidas del Mundo occidental y procurar otro milenio de supervivencia al hombre blanco- no puede comenzar –y menos aún ganar- de un modo inofensivo, indoloro y sencillo. Incluso el dolor y el martirio ordinarios son demasiado minúsculos para el tipo de movimiento cuya llama debemos prender para sobrevivir. Todo lo relacionado con la batalla a muerte en curso por la supremacía mundial es y debe ser olímpico, y podemos retorcer ante DOLORES olímpicos si pretendemos triunfar.
Los movimientos poderosos requieren siempre de millones de personas dispuestas a inmolarse en una pasión de devoto autosacrificio por la causa. Y esas enormes masas nunca pueden moverse para arrojarse a las llamas de la revolución con gritos de “¡Balanza comercial favorable!” o “¡Decretos estatales!”. Sólo los recovecos FUNDAMENTALES de lo profundo de la psique humana pueden elevar a las lentas masas de su ignorante apatía hacia la salvaje melodía emocional que las lace en la ola de la marea revolucionaria. Nada afecta a las emociones esenciales de las masas como el HEROISMO, y solamente el heroísmo más extremo puede salvar al hombre blanco de su letargo y el paralizante miedo que siente hacia los judíos.
Y no hay más símbolo que la esvástica ni más nombre que el de Adolf Hitler para provocar, bella y deliberadamente, persecución y el subsiguiente heroísmo, que es lo único que puede unir e inflamar al hombre blanco en una ola irresistible opuesta a la revolución judaica marxista-sionista. Hasta el advenimiento de Adolf Hitler, los hombres blancos no tenían nada, absolutamente NADA parecido a una causa común, héroes comunes, mártires comunes, ni lugares, nombres y símbolos sagrados. Pero ahora, después de que millones de jóvenes alemanes sacrificaran sus preciosas vidas en las primera guerra hecha en la historia realmente a favor de la elite blanca, finalmente, poseemos los lugares, los símbolos y mártires bañados en sangre que suponen las más elemental materia para la revolución.
Millones de jóvenes blancos igualmente valiosos lucharon en el bando contario por los diabólicos judíos comunistas-sionistas y perdieron sus vidas para nada, a menos que consideremos su formidable sacrificio y los usemos para asegurarnos de que nunca más se verterá la preciosa sangre blanca en lucha por judíos y negros.
Sin embargo, e inexplicablemente, los afortunados herederos de todo ese autosacrificio y heroísmo, los destinatarios de esas preciosas enseñas ensangrentadas y nombres sacros rechazan su herencia como “inviable”.
“Jamás podremos vencer con una adhesión abierta al Nacional Socialismo y la esvástica” es la débil explicación de esos caballeros. “Los judíos han adoctrinado a las personas para odiar a ambos en grado sumo” añaden. “Si usamos la esvástica y elogiamos a Hitler de forma demasiado evidente, ¡nos encarcelarán o asesinarán!”. ¿Y no han sufrido prisión, e incluso la muerte en algunos casos, TODOS los forjadores de revoluciones, incluidos los judíos autores de la Revolución Roja? ¿Somos los nacionalsocialistas más miedosos y cobardes que una panda de judíos? ¡La gran persecución y el derramamiento de sangre apartarán a esas personalidades tan irresolutas, lo que es una condición sine qua non para nuestra victoria!
No son palabras huecas, he comprobado personalmente su autenticidad aquí, en América, el centro del poder mundial judaico, al ser golpeado, encerrado en una celda y un manicomio, perder a mi amada familia y vivir como un animal. Hace doce días, tal como lo escribo, acabé en prisión de nuevo. Estas cosas son desagradables y descorazonadoras, ¡pero son NECESARIAS!
En dos años, he ascendido a una posición de liderazgo en la lucha mundial por el hombre blanco, empecé sin dinero, un individuo anónimo y sin ayuda, como hay millones y millones, simplemente porque he empleado, con gratitud y amor los preciosos nombres y símbolos bañados y empapados en sendos océanos de sangre y lágrimas: la esvástica y el nombre del líder, Adolf Hitler.
Los éxitos políticos provisionales y llamativos son fáciles. Es más simple y rápido colocar relleno bajo la chaqueta que endurecer los músculos mediante meses y años de trabajo y sudor. A lo largo de cincuenta años hasta hoy, se ha dado de forma continua el surgimiento y ocaso de movimientos blancos o “derechistas” hechos por completo de relleno.
Por dedicarse a apoyar la maternidad, la virtud, el patriotismo, etc. y por evitar las declaraciones brutales a cerca del propósito real de esas organizaciones –que ha de ser necesariamente el exterminio de los enemigos comunistas-sionistas de la Humanidad-, grandes rebaños de frívolos “patriotas”, “conservadores” e incluso “duros” antisemitas, acabaron encerrados en el redil. Esas personas no sentían atracción por este o aquel movimiento debido a que el celo revolucionario los inflamase de tal modo que apenas se le pudiera contener para que no atacasen a sus torturadores en las calles. Más bien, se unían a la sociedad “patriótica” para aliviar su sentimiento de culpa a través de la lucha contra los judíos, su traición y terror, con lo que denominaban “inteligentes métodos clandestinos”. Satisfacían su frustración reprimida ante la tiranía de judíos y negros con una “reunión” semanal (en secreto, por supuesto) y luego regresaban a casa felices para otra semana de provecho, fiestas y televisión.
Estos fieros activistas se horrorizaban cuando se les sugería que tal vez deberían repartir panfletos en la calle, o boicotear algún ejemplo indignante de la arrogancia judeocomunista. Y cuando alguien denunciaba no sólo a los judíos y su condición, sino también a los gandules políticos que extraen el sostén y la energía que debiera ser para una auténtica batalla, tales héroes replican con aullidos que ese alguien es un agente provocador que opera para crucificarlos por ser una panda de nazis –lo que podrían ser, si no fuera por su lamentable cobardía-.
No es tarea de la revolución mundial anti-judía atraer y organizar a esas despreciables serpientes, sino apartarles de las actividades y dejarles de lado, para que sean incapaces de ordeñar las escasas y valiosas fuerzas del Movimiento para “proyectos” inútiles, como han hecho durante años. Nada como la esvástica para esa labor. Los zánganos políticos, los aprovechados, las prostitutas y los cobardes huirán con el rabo entre las piernas ante esa cruz ganchuda, como el Diablo con el agua bendita.
Por otra parte, la esvástica tiene un irresistible atractivo para la clase de JOVEN audaz, osado y combativo que necesitamos. En América, la mayoría de ellos simplemente odia a los negros por puro instinto de blanco. Cuando sepan la responsabilidad de los judíos en la desgraciada cuestión negra, se convertirán en nazis en unos minutos. Luego será trabajo de unos meses que comprendan el profundo significado, el idealismo y los verdaderos propósitos del Movimiento.
Y lo que es más importante que esas ventajas, la esvástica teñida de sangre genera un efecto sobrenatural en los judíos. Pese a no ser más que unas líneas negras, saca a los hebreos de su habitual estado de ánimo taimado y calculador y los transforma en histéricos e idiotas. Para ellos no se trata sólo de unas líneas, sino de una amenaza espantosa expuesta con crudeza, pronta justicia y terrible venganza que sus conciencias culpables saben que se merecen. Es como la fotografía de la silla eléctrica para un asesino convicto.
Un judío tranquilo y calculador es la bestia más peligrosa sobre la faz de la Tierra. El judío casi ha dominado al resto de la Humanidad a través del ejercicio de su diabólica, pervertida y, sin embargo, brillante razón. Pero un judío histérico y chillón, fuera de si por el odio y el miedo al castigo por sus crímenes, es como inofensiva arcilla en las manos de un nacionalsocialista calculador.
Lo hemos demostrado una y otra vez, cuando los consejos judíos has gastado millones de dólares en difundir entre sus congéneres la consigna de ignorarnos. ¡Pero esas hordas de pequeños pecadores no lo han conseguido! Cuando vean la esvástica y escuchen como elogiamos a Adolf Hitler y describimos las cámaras de gas para traidores, se transformarán en unos judíos de gueto gritones y enloquecidos, que han destruido eternamente sus victorias por culpa de sus pasiones demenciales de odio y venganza.
El resultado es la sangre vital de un movimiento político: LA PUBLICIDAD. A pesar del dominio judío de todos los medios de comunicación públicos, no podrán ocultar o ignorar el desfile de esvásticas y nacionalsocialistas sin quedar en evidencia. Pueden eliminar las noticias, eso es cierto. Pero entonces, demasiadas personas se darán cuenta de su poder mediático y censura. Y cuando el joven Movimiento es capaz de forzar la publicación de su existencia en revistas, periódicos, gigantescos canales nacionales de TV, etc., eso sirve como toque de clarines para los millones de individuos frustrados que sus piran por un movimiento semejante. Y sólo de este modo nos será posible llegar a millares de personas por todo el mundo que jamás han formado parte de un grupo “patriótico” y que no podrán resistirse a ingresar en el American Nazi Party y en la World Union of National Socialist [NOTA: el comandante cambió formalmente el nombre de su organización a NATIONAL SOCIALIST WHITE PEOPLE´S PARTY durante su último congreso nacional, en junio de 1967].
La esvástica y Hitler, lejos de ser una rémora, son la respuesta al eterno problema de dinero de la extrema derecha. Cuando se carece de dinero para periódicos, locales de reunión, etc., es inútil marchar por las calles, distribuir panfletos caseros y organizar piquetes -algo que, de todas formas, no hacemos-. Los judíos enloquecerán y atacarán, y dispondréis libremente de los millones dólares que valen la TV judía, los periódicos judíos, las revistas judías, etc. Por supuesto, podéis acabar ensangrentados y sentados en una celda mientras os recuperáis. Pero es un precio pequeño a pagar por los formidables resultados.
Además de la publicación gratuita que va unida a una operación hacha abiertamente como nazi, os encontrareis que la gran audacia de la acción atraerá a los jóvenes combativos que precisáis, aunque no sepan nada –y menos aún, sientan interés- sobre los asuntos políticos. Admiran el coraje puro y la osadía. Más tarde, cuando empiecen a conocer los hechos un poco mejor, lucharán por ideales y el Hombre blanco. Pero hasta entonces, esos valiosos protectores de vuestra libertad de expresión pelearán sólo por diversión.
Por encima de todo, la esvástica nos salvará del error fundamental de la extrema derecha: que la entrañable razón cambiará el mundo y nos salvaguardará de los tiranos judaicos.
La razón es todavía insignificante en los asuntos humanos, un precioso y raro desarrollo que se da en una minoría infinitesimal de homo sapiens. E incluso los pocos genios capaces ejercer la razón de manera independiente y genuina son incapaces de actuar conforme a los dictados de esa misma razón, lo que es uno de los motivos por los que muchos de ellos terminan malogrados en un mundo que no los aprecia o no estima su razón.
Es la FUERZA, el PODER, la RECIEDUMBRE lo que rige el mundo, desde el flujo y reflujo de las mareas a la decisión de vuestro vecino de unirse a los Rotarios. Tan sólo un insignificante conjunto de estrafalarios humanos muda su forma de pensar porque los haya convencido un argumento superior. Las masas, incluida la masa de los “intelectuales” de hoy, cambia su pensamiento únicamente en virtud de la CONFORMIDAD. En otras palabras, las mentes de la inmensa mayoría siempre se inclinan ante la opinión más fuerte, la opinión que supone recompensas y evita el castigo.
La derecha radical examina sus razones, argumentos y actos, y los juzga verdaderos y buenos, en la medida en que pueden serlo. Los cuales son desdeñados por los palurdos de la puerta de enfrente que no pueden ver o apreciar lo que es correcto, y, muy probablemente, los arrojará fuera de su casa porque predican el “odio”. Pero así están las cosas, ni más ni menos. Esos palurdos aceptarán cualquier opinión que se muestre como la de mayor fuerza y VOLUNTAD DE PODER. Son completa y desesperadamente femeninos en su modo de entender la razón y siempre, SIEMPRE prefieren la fortaleza a lo “correcto”.
Cuando dicen “no” a vuestra esvástica y Nacional Socialismo, son la eterna mujer que dice “no” pero que significa “Si aceptas mi negativa, eres débil y no mereces mis favores. Veamos si tienes la fuerza y la hombría para hacerme decir sí”.
Nos odian actualmente por ser débiles e impotentes. Todas las razones del mundo no harán en modo alguno que nos amen o amen a nuestras ideas, sin importar lo dulces que seamos con ellos, hasta que no MEREZCAMOS SU RESPETO Y ADMIRACIÓN POR NUESTRA VOLUNTAD, AGALLAS Y FUERZA. Como los estúpidos que son, conservan puros sus instintos para oler la fuerza y la robustez, y la tentativa de exponerles las ideas nacionalsocialistas a la manera de las “ligas patrióticas” u otros grupos bonitos, seguros y muy correctos, les repugna como algo propio de cobardes y traidores.
¡Al INFIERNO con los planteamientos sinuosos e inofensivos! Nos han atormentado a cada paso tanto como el enfoque abierto y directo, y nos han condenado al miserable y rastrero fracaso en todo momento. Si vamos a ser los últimos blancos que han conquistado el mundo; si vamos a ser sobrepasados, finalmente, por una manada de ratas, preparémonos a encarar la muerte de nuestra raza como nuestros ancestros se enfrentaban a su propia muerte, como HOMBRES. ¿Vamos a arrastrarnos a arrastrarnos entre las ratas y suplicar clemencia o intentaremos huir y aspirara a ser ratas nosotros mismos?
¡Subiremos al patíbulo de la historia –si hemos de morir ahorcados- como los mártires de Nuremberg, orgullosos y con la cabeza alta! ¿La vida es tan dulce, la comodidad tan preciosa y el trabajo en una oficina de cuentas judía tan sagrado que tenemos MIEDO de asir la poderosa mano de ADOLF HITLER, proveniente de nuestro gloriosa pasado? Nuevamente: ¡al INFIERNO con el tacto y la seguridad!
Es consustancial a los judíos ser traicionero y ladino. El genio de nuestra estirpe fue una vez el de la fuerza jubilosa, la robusta contundencia, la franqueza, el coraje viril y el heroísmo llameante. Cuando los judíos, con su terrorismo económico, cárceles, matones y verdugos, atemorizaron al Hombre blanco para que renunciase a defenderse y lo acosaron para que aceptase la furtiva tiranía judaica, han emasculado al una vez fuerte hombre blanco y lo han condenado al deshonor y la derrota. ¡El blanco JAMÁS ganará mediante el sigilo!
En el alba de la Civilización nórdica, razas menores solían encogerse en sus toscas cabañas y rezar: “Señor, protégenos de la furia de los hombres del Norte”. Esa clase de hombre levanto la Civilización Occidental. Si la civilización se salva de los enjambres de degenerados judíos, sus siervos caníbales y sus indescriptiblemente depravados amigos liberales, será esta clase de hombre quien la salvará, alguien que NUNCA empleará métodos sigilosos.
¡HOMBRE BLANCO, la férrea sangre de tus poderosos ancestros fluye por tus venas! La excelsa figura de ADOLF HITLER extiende su gigantesca mano para elevarte al PODER que conquistará el mundo. Ya te has encogido lo suficiente ante enanos. ¡Álzate ahora! Desafía a esas ratas y sabandijas que se encuentran a tus pies. Haz que sientan el tacón y la punta de tu bota. ¡Acaba con ellos!
Has estado dormido. Cuando te pongas en pie y las masas vean nuevamente lo que es un hombre con FUERZA, te amarán como ahora creen que te odian. ¡Con la chispa del Nacional Socialismo, encendida por Adolf Hitler y que arde en tu pecho, eres inconquistable! IN HOC SIGNO VINCES. Con el signo de la esvástica conquistarás.
Unid vuestras manos con los héroes de América, Gran Bretaña, Islandia, Dinamarca y otros países blancos que han izado la santa bandera de la esvástica y la defienden con su sangre. Se ha elevado desde las cenizas de Berlín y nunca deberá caer otra vez. Ocupa tu puesto junto a nosotros en el altar de Adolf Hitler y la Raza blanca, conquistadora del mundo. Una vez más, enseñaremos a los traidores, ratas y enanos a encogerse de terror en sus chozas y rezar: “Señor, protégenos de LA FURIA DE LOS HOMBRES DEL NORTE”.