jueves, 6 de mayo de 2010

David Lane, "Disertación Final"



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Disertacion Final sobre la Sentencia Dirigida a la Corte
David Lane
(traducido por Bucelario)

Desde la era de Platón, Sócrates y Catón a la de Da Vinci y Miguel Ángel, la de Locke y Shakespeare, la de Jefferson y Franklin, la Civilización Occidental ha emanado del genio creativo de una clase determinada de personas. En el vasto panorama del tiempo, este período fue como un instante fugaz y un sueño glorioso. El futuro cercano nos mostrará que índole de civilización advendrá tras la presencia del Hombre Blanco. Cuan triste e irónico que la República Americana, la cual se formó exclusivamente para la preservación y promoción del Hombre Occidental, sea el medio que lo destruya tanto aquí como en su hogar originario europeo.
Durante muchos años, me he esforzado en romper la férrea cortina mediática de cualquier manera que fuese posible para alguien que está solo y carece de poder, y desvelar a mi pueblo todo lo que se protege, promueve y se nos obliga a hacer por parte de quienes controlan hoy los asuntos del Mundo Occidental y han destruido cada civilización construida por nosotros. Me refiero a cosas tales como el infanticidio mediante aborto, al cual ha llevado a la muerte a quince millones de bebes de mi linaje y que protege el gobierno y las cortes federales; y lo peor de todo: la destrucción deliberada de nuestra existencia como raza.
Aquellos que se han propuesto mezclar y destruir el último vestigio del hombre occidental saben perfectamente que no hay pueblo que pueda seguir existiendo sin una nación de su propiedad, en la que pueda propagar, proteger y fomentar su propia estirpe. También saben que el pueblo que no está convencido de su propia singularidad y valía acabará por perecer. Y por este motivo, se me ha destruido y difamado cuando expuse que cada mejora en la condición humana procede de la fértil mente del hombre occidental.
Actualmente, el Hombre Blanco es una minúscula minoría en el Mundo; no sólo se le niega una nación en exclusiva para él, también la integridad del imperativo territorial necesario para su supervivencia. La culpa de quienes tienen parte en la destrucción de esta raza de hombres no se ha descrito adecuadamente en el vocabulario de los mortales.
Con respecto a los acusadores de este caso, simplemente diré que si la perpetuación del poder tiene el perjurio como cimiento, los abogados de los EEUU son tan sólidos como el Peñón de Gibraltar; pero si las Leyes de la Naturaleza contemplan los conceptos de justicia o deuda kármica, caminan sobre arenas movedizas.
Igualmente, el proceso acontecido es una violación de toda la protección constitucional contra la acusación de la autoridad de lo juzgado. Las maquinaciones legales y mentiras implicadas para culpabilizar un número ilimitado de veces a un hombre por el mismo delito en potencia, cambiar la descripción legal de ese delito, el cambio de jurisdicciones y así sucesivamente; todo es completamente repugnante para el sentido de justicia anglosajón, tanto como absolutamente contrario al espíritu y el propósito de la Constitución. Es evidente el enloquecido frenesí de quienes ahora controlan el Gobierno federal de los Estados Unidos por castigar y destruir a cada hombre blanco que se oponga a la deliberada mezcolanza y muerte de su raza, la cual se encuentra en rápida desaparición.
Si otros que vengan detrás de mi no tienen más éxito en despertar a nuestra gente de su sueño letal, la Historia predice un horror indecible para la última generación de niños blancos. Nuestra labor es simple y, a la vez, de una importancia abrumadora: Debemos asegurar la existencia de nuestra gente y un futuro para los niños blancos. Ante este decisivo imperativo histórico, lo que me hacéis no tiene importancia. No soy un valiente, muero las mil muertes del filósofo en lugar de la muerte única del soldado. Pero he solicitado este destino y no me asusta.
Indudablemente, pronto oiréis de otro que hablará de sus creencias religiosas. Incluso en este último momento, el poder de un credo religioso quizá puede salvar al hombre occidental, o tal vez la Divina Providencia realmente pueda socorrerlo. Si no fuese así, quienes aún se rebelen contra la tiranía deberán aceptar las consecuencias con un encogimiento de hombros, o no son patriotas ni hombres.
No diré más.

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