martes, 17 de agosto de 2010

H.A Covington, "Crear una Nueva Literatura Blanca".



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Crear una Nueva Literatura Blanca
H.A. Covington
(Traducido por Bucelario)
Escribí mi primer cuento corto cuando tenía once años de edad; y con doce, me rechazó mi primer editor judío.
El cuento era una espantosa imitación de H.P. Lovecraft. En fin, he de admitir que hay pocas cosas más ridículas de un niño de once años que trata de escribir como un victoriano del siglo XIX (Sí, sé que Lovecraft escribió durante las décadas de 1920 y 1930, pero su estilo era propio de una época anterior). El judío en cuestión era una tal señorita Feldman, la asesora docente del periódico de la escuela primaria. Me dijo que el cuento era demasiado extenso para publicarlo en una hoja periódica grapada y mimeografiada (bien, de acuerdo, tenía razón), pero además me acusó de ser “pretencioso”. ¿Por qué? ¿por qué tuvo la necesidad de añadir un insulto gratuito?, a menos que fuese una reacción instintiva judaica hacia cualquier cosa que apoyase los antiguos valores y la cultura arios, un pasado ario, incluso aunque no fuese más que un estilo literario anticuado. Podríamos decir que me dio el primer zurriagazo.
¿Por qué –me preguntó- no escribes sobre algo contemporáneo, como el maravilloso doctor Martin Luther King y su esfuerzo por liberar a la hermosa y noble gente de color de la esclavitud a la que le somete los horribles blancos sureños?. Había “malgastado mi talento” al querer salir de los parámetros del mundo tal como lo definen los judíos y sus aliados izquierdistas. No debo malgastar mi talento en cosas que Yehudi no apruebe, ¿comprendido?.
En 1965, no había más de cien judíos en Burlington (Carolina del Norte), pero esa mujer controlaba desde su puesto de trabajo el flujo de creatividad y comunicación entre los niños e imponía un contundente escrutinio político y social. No creo que fuese algún tipo de conspiración kosher para evitar la publicación de mi pastiche infantil de Lovecraft. Creo que lo hizo por simple instinto hebraico. Es, simplemente, lo que los judíos hacen, como las crías de aligátor buscan el agua al salir del cascarón. Ahora soy consciente de ello, pero entonces me encontraba desconcertado y enfurecido.
Frecuentemente, me maravillo de lo que ha ocurrido a lo largo de mi vida; si he recibido algún aliento de mis escritos, ha sido porque he podido escribir lo que yo deseaba, sin tener que hacer frente a exigencias que encauzasen mi talento hacia una dirección aceptable en un sentido político y liberal.
Hubo otros incidentes de esa clase en mis años de escuela primaria e instituto. Incluso en una ciudad industrial de mediano tamaño como Burlington, había un embrionario establishment cultural de tendencias liberales e izquierdistas, concentrado, principalmente, en torno al Elon College y la UNC, exactamente en Highway 54; aunque en aquellos días, al menos, mantenían la cabeza gacha y se movían con cautela, cuidadosos de no ofender al griterío baptista, a la Cámara de Comercio y al estrato gobernante. Pienso que debían juntarse en conciliábulos en lo más profundo de la noche y hacer profundas reverencias ante un ídolo de Frank Porter Graham[1]. Todo de forma muy progresista, desde luego.
Por citar otro ejemplo; cuando en 1970 me hice cargo de una obra de teatro en la Escuela del Gobernador de Carolina del Norte, yo quería hacer una verdadera obra de teatro. Lo entendéis, me refiero a dirigir una, con auténticos diálogos y trama, dirección de escena, construcción de decorados, interpretación, aprendizaje de líneas, ensayos. Toda esa asquerosa disciplina que enseña a actuar como si de un oficio serio se tratase. Me presenté raudo a mis compañeros de clase y profesores, y, como debéis suponer, les agüé la fiesta. ¿Eh? ¿disciplina? ¿trabajo? ¡Alto ahí, tío! El gritón director procedente de Nueva York y una pequeña camarilla compuesta de estudiantes judíos y hippies con la cabeza hueca querían hacer una sarta de tonterías hippies que mejorase la conciencia emotiva sobre, como, algo lejano, tío. Ina-Godda-Da-Vida. Maravilloso, tío. ¿Adivináis quién ganó al final?.
Alguna vez, me he preguntado donde hubiese llegado de haber podido emplear ese verano en realizar un estudio dramático y un entrenamiento de actores de manera genuina, disciplinada y seria. No puedo por menos que desconfiar de esa otra vida alternativa que me arruinaron aquellos malditos hippies, izquierdistas y judíos. ¡Por todos los diablos, con lo que me hubiese gustado ser ahora un degenerado hollywoodiense del calibre de John Travolta! Podría haber sido uno de los 1.465 actores que han hecho una escena de desnudo con Susan Sarandon, e incluso uno de los 270 que lo han hecho delante de las cámaras. Podrían haberme encontrado flotando bocabajo en mi piscina a la edad de 29 años, muerto por sobredosis. ¡Los malnacidos negaron mi potencial!.
Muy bien, volvamos a la ficción. Escribí mi primera novela, Rosa de honor, a los dieciséis años y, cuando tenía diecisiete, fue rechazado por mi primer agente literario judío, un narizotas de nombre A. L. Fierst que encontré en las páginas de un número del Writer´s Digest. El señor Fierst cobró de mí sus 35 dólares y me devolvió el manuscrito, decía que sólo había leído unas pocas páginas y que no trataría conmigo porque “es usted un resentido”. Todavía hoy, no tengo la menor idea de que quería decir con semejante observación, la cual no me indicaba nada respecto a la novela. Si alguno de vosotros ha leído Rosa de honor, cuando finalmente la publiqué 30 años más tarde, tal vez me lo pueda explicar. No hay más que una referencia anti-judía en todo el libro y era sobre un personaje histórico completamente fiel que tomaba de modelo a un participante secundario en la guerra de las Dos Rosas[2], en el siglo XV. Aún no me había convertido en un antisemita cuando escribí el libro, era un chaval con complejo de Lord Byron que proyectaba sus confusas experiencias adolescentes en una ficción con telón de fondo histórico, convencido, por supuesto, de que pergeñaba lo más inteligente y original jamás escrito en el mundo.
Sin embargo, comencé a percibir ciertas cosas a cerca de la industria editorial. Empezaba a reconocer nombres judíos cuando los veía, y me pareció que había muchos de esos nombres en las editoriales. Empezando por los agentes literarios, que suponían la primera línea de defensa kosher, el primer obstáculo hebraico que un escritor en ciernes ha de superar. Los días de los libros manuscritos con manchas de café y los bordes doblados que se colaban “por debajo de la puerta” hasta el escritorio del editor, y propiciaban que, de repente, un nuevo John Steinbeck fuera descubierto, acabaron en la década de 1950. Actualmente, no es sólo que los editores se nieguen a echar un vistazo al material que no tenga agente, sino que la mayoría de agentes no representa a nuevos autores a menos que paguen exorbitantes honorarios, lo que no es más que una exacción para timar a aspirantes a escritores. Hay un gran número de agencias como la notoria Scott Meredith, que representa a varios autores consagrados, pero que ha adquirido una reputación horrible a lo largo de los años como estafadora que tima a los nuevos escritores en cada pago por lectura y “revisión”, con los que deja sin un céntimo a esos pobres desdichados.
Lo primero que hará una agencia seria que realmente quiere comerciar con la propiedad literaria para la publicación, será obtener una detallada biografía de ti, en la que la sección más importante es “referencias creativas” - maestros, profesores universitarios, otros escritores, personas de la industria editorial, gente de los medios de comunicación… y cuantos más “steins” o “bergs” haya en esos nombres, mejor-. En otras palabras, a quien conoces, quien puede responder de tu buena fe políticamente correcta. En la industria editorial, esto se conoce como “tener un rabino”, o dicho en lenguaje común, un contacto bien situado, un patronazgo, alguien que te enseñe los trucos y te guíe, te aconseje, te ponga en conexión con las personas adecuadas. Muchos agentes literarios expresarán abiertamente su posición: “Has de tener un rabino. Sin rabino no aceptamos representarte. Hay demasiadas posibilidades de que nos llevemos sorpresas más adelante”.
Numerosas agencias literarias contratan detectives privados para que investiguen el pasado de los escritores antes de admitirlos como clientes. Ellos mismos os explican de forma muy clara que para un editor de prestigio, hoy, un autor es un paquete completo, no únicamente lo que escribe. Esto es un brutal y efectivo proceso de selección al que alguien como yo no puede sobrevivir. Lo sé porque he intentado conseguir un agente y sólo tuve éxito una vez, con un auténtico disidente. Tengo que llevar la carga de la incorrección política.
Los días en que el agente literario de Thomas Wolfe volaba de Nueva York a Asheville una vez a la semana, entraba en la casa de su cliente con su propia llave, pasaba sobre el cuerpo de Wolfe que roncaba en el suelo de la cocina debido a la borrachera, recogía cada pedazo de papel mecanografiado que podía encontrar en esa casa por las mesas, sillas, la cesta de la colada, etc. (Wolfe escribe de pie, redacta en una máquina de escribir situada sobre su frigorífico) y, entonces, regresaba con el conjunto a Nueva York y lo ponía en orden para conformar una novela; tales días hace mucho que terminaron. Ahora, ningún excéntrico genio literario necesita dedicación. Un escritor es una propiedad literaria de igual modo que su obra y no debe tener comprometedores esqueletos políticos, raciales o sociales en su armario que puedan interferir en la mercadotecnia. No es exactamente lo mismo, pero se parece a las críticas que recibió Mel Gibson[3] –incluso antes de La Pasión- motivadas por el catolicismo tridentino de su padre, sin importar que sus opiniones religiosas apareciesen en los medios de comunicación.
Una vez has conseguido un agente, vienen a continuación los lectores del manuscrito. Suponiendo que tu obra llegue íntegra a una empresa editorial del Sistema, será arrojada a un lector profesional antes de que un editor vea el título siquiera. El lector procede, casi seguro, de la Universidad de Columbia o la de Nueva York. El 95% del sistema editorial se concentra todavía en esa ciudad judía que es Nueva York (aquellos sellos editoriales y agentes publicitarios que se han trasladado debido al terrible gasto que causa hacer negocios allí o por otros motivos, son vituperados con frases como “fueron incapaces de salir adelante en la Gran Manzana, así que cerraron y huyeron”. La mayoría no dura, salvo en agencias de California especializadas en guiones cinematográficos. Los judíos han sido siempre muy eficaces en la vigilancia y el control centralizado de toda industria o empresa que poseen). Tu lector será judío, feminista, marica o alguna combinación de los tres. Lo digo con rotundidad, el 90% de ellos son alguna combinación de los tres, en serio. Este hecho ha llegado a ser tan evidente en la industria que incluso ciertos judíos y escritores izquierdistas masculinos han comenzado a protestar por ello.
Si el lector profesional no aprueba tu libro, es devuelto al agente literario. Ningún editor lo verá jamás. Aunque dependieses de los propios editores -judíos, feministas, maricas, izquierdistas o algo peor-, ya ninguno de ellos toma individualmente la decisión de publicar. Hay consejos editoriales y comités que examinan y eligen por encima de las recomendaciones de editores individuales. ¿Adivináis quiénes se sientan en esos consejos?.
Hay un punto en el que el marketing determina si el libro es un potencial generador de beneficios. Bien podrías ser el próximo Jack Kerouac, pero esos demonios del marketing serán muy buenos en convencerte de que eres el nuevo Stephen King; porque si piensan que no vas a lograr millones de dólares en ventas, tu libro ni se acercará a una imprenta. Así que todo depende de los editores y los ejecutivos de la casa editorial, ¿adivináis que composición racial predomina entre ellos?. En la actualidad, no hay una industria en el mundo que esté controlada de una forma tan completa por los judíos como el negocio de la edición de libros, con la excepción –muy similar, por otra parte- de Hollywood y la industria cinematográfica.
Pero eso ha cambiado ahora. Irónicamente, pese a todas mis fulminaciones contra internet, es la red la que ha hecho posible romper el férreo dominio que del libro y el mundo literario tenían cinco o seis empresas multinacionales propiedad de judíos.
Me refiero a lo que se llama autoedición print-per-order. No es una “edición” en el viejo sentido de la palabra. Pagas una pequeña cantidad por la composición informática, que depende del plan de marketing que hayas elegido (iUniverse cobra 99 dólares por su plan más caro). Y ya está. La compañía realiza para ti el marketing básico, pone tus libros en el catálogo de Amazon.com, con Ingram, Barnes & Noble, etc. Cuando alguien encarga un libro por internet o en el mostrador de Borders o Waldenbooks, una copia se imprime y envía a cualquier cliente o librería donde el cliente pueda adquirirlo. En este momento, he publicado once novelas; sin el print-per-order, ninguna hubiese visto la luz en toda mi vida. Ya lo sé, eso se debe a que intenté publicar durante años mi obra de ficción en los márgenes del sistema establecido, incluso llegué al punto de hacer ciertas concesiones a la porquería políticamente correcta en un esfuerzo por “escabullirme de los judíos”. Pero fue inútil.
¿Cuándo, cuándo aprenderemos?. Nunca nos será posible “escabullirnos de los judíos”. Son el epítome mundial del escabullimiento, sinuosos como serpientes. Nunca podremos batirnos en su propio campo. Cada vez que hemos vencido a los judíos, se debe a que los obligamos a abandonar sus escudos protectores de la ley y el dinero, y les hicimos jugar como es propio de nuestra raza, con fuego y espadas. Pero me alejo del tema en cuestión.
En esta etapa, tuve uno de los pocos agentes gentiles, heterosexuales y varones que aún quedan en California, al cual le gustaba mi material y trató de vender uno de mis libros, El asesinato de Bonnie Blue. Es uno de mis trabajos más abiertamente anti-judíos, pero le gustó tanto la trama detectivesca inmersa en la Guerra de Secesión que aceptó encargarse del libro (siempre he sospechado que no estaba muy satisfecho del predominio judío en su industria). Al cabo de un año, regresó y me trajo la noticia del fracaso. Según él, el problema no era el tema judío; ningún lector profesional o editor había tocado ese extremo. El problema de El asesinato de Bonnie Blue era que ninguna editorial del orden establecido se mostraba dispuesta a considerar siquiera una novela con un héroe confederado.
Mediante un buen amigo de Canadá que sabía cómo construir páginas web, publiqué un par de novelas por internet en 1999, y tal vez conseguí un par de docenas de lectores. Entonces, en el año 2000, un camarada al que estaré eternamente agradecido me envió un artículo en print-per-order, con lo que trabé conocimiento de su existencia. En el 2000 y 2001, tuve la increíble experiencia de ver publicado el trabajo literario de toda una vida en un período aproximado de dieciocho meses.
COVINGTON ES UN ESCRITORZUELO
Voy a dejar algo claro. No soy Charles Dickens. No soy Ernest Hemingway. Estoy a un largo tiro de piedra de Robert A. Heinlein[4]. Soy un plumífero. Algunos de mis argumentos y caracteres son bastante juveniles todavía, no sólo porque fuese joven cuando los escribí, también porque escribo un libro y lo llevo conmigo a lo largo del mundo durante diez o quince años sin hacer un esfuerzo por sentarme a revisarlo correctamente.
En más de una ocasión, he caminado a través de Heathrow, la terminal de ferrocarril de Dan Laoghaire, la Jan Smuts International de Johannesburgo o cualquier otro sitio, deambulando a primera hora de la mañana en un país extranjero sin lugar a donde ir, al tiempo que arrastraba una maleta de unas 60 libras de peso con una docena de escritos mecanografiados, así como partes y fragmentos de más escritos, una máquina de escribir Sears y unas pocas mudas de calcetines y ropa interior –todas las posesiones que llevo conmigo a lo largo del mundo, junto a la ropa-. La última vez que tuve que reducir mi vida a una sola maleta fue en 1998, por un viaje de emergencia a Irlanda, pero entonces me fue posible usar disquetes de 3,5 dólares (¡Ah, la tecnología!). Pero escritor de segunda o no, de ahora en adelante, si de nuevo me veo obligado a llevar una única maleta, no portaré todos esos escritos conmigo.
Tal vez no haya vendido muchos ejemplares de mis novelas, pero desde ahora están permanentemente disponibles para el público, tanto en la casa editorial como en la red y la Biblioteca del Congreso, así como en un par de lugares más. Quizá no sea más que ficción folletinesca, pero sé que, al menos, me sobrevivirá y puede que dentro de mil años alguien lea Rosa de honor, Anochece lentamente o El loco y Marina, si acaso hubiera alguien interesado. Mis contribuciones literarias estarán allí y, de este modo, podéis tenerlas a vuestro alcance.
Hasta donde tengo conocimiento, el único racialista que también ha hecho uso del print-per-order es James Michael Butler, que ha publicado su novela Una última vez hará seis meses. Ed Steel me ha preguntado acerca de cómo vender por print-per-order hace tiempo y, relamente, espero ansioso cualquier libro que escriba, pero no sé cómo acabará eso.
Estoy muy sorprendido de que no aprovechemos más esta increíble herramienta. Pero entonces caigo en la cuenta, hablamos de ésta nuestra comunidad con conciencia racial, claro. Nunca perdemos la oportunidad de perder una oportunidad.
Ha habido, por supuesto, trabajos de ficción racial publicados antes del advenimiento del print-per-order. Esos libros se editaban en tiradas privadas, en masa y con gran gasto. Los impresores privados que imprimían obras abiertamente raciales, pedían a cambio un dineral. La calidad técnica de dichos libros no era muy buena. El prototipo de todos ellos fue El elegido de Eric Thomson, publicado en Rhodesia en 1974. Tenemos Los diarios de Turner, desde luego, seguido de Cazador[5], luego vino El caminar de la serpiente[6] y Escucha la canción de cuna[7], así como La Segunda Guerra Civil de Tom Chittum. Aunque no se trata de ficción estrictamente hablando, al menos no oficialmente, también están las decenas de miles de ejemplares de los diversos libros de Ben Klassen que Alte Benig ha imprimido de manera particular. De tal forma, se ilustra las limitaciones para hacer nuestras propias ediciones.
En primer lugar, se necesita tener los bolsillos rebosantes de dinero. Luego viene el problema de almacenar en algún sitio un gran número de libros, lo que requiere un almacén u otro espacio que normalmente cuesta muchos shekels[8]. Cuando la edición se agota, organizar una reimpresión resulta una labor hercúlea. Si un libro de temática racial se edita a la manera tradicional, suele permanecer ausente de las imprentas durante cincuenta años. Con el print-per-order, esto no ocurre, al menos en teoría; la industria es demasiado reciente como para saber cómo pasará la prueba del tiempo, pero si cumple con las expectativas, dentro de cincuenta años, alguien podrá usar un artilugio de un internet futurista y encargar un ejemplar de Fuego y lluvia o El monte de los cuervos, como los que he podido sacar de mi maleta de viaje en cajas de cartón en Tejas y Washington, respectivamente, tan nuevos y frescos como las primeras copias.
A menudo se me pregunta si el print-per-order tiene un uso político para “nuestro área”. Bueno, en cierta medida, sí, los responsables parecen firmes partidarios de la Primera Enmienda; o más probablemente, no les importa lo que escribas tanto como que la tarjeta de crédito con la que pagas la composición sea válida. Sus contratos tienen toda clase de cláusulas que exoneran al editor de toda responsabilidad. Hasta donde yo sé, ninguno de ellos ha tenido que hacer frente a demandas u hostigamiento por el contenido del material que ha publicado. Veremos cómo plantan cara cuando desde el poder se advierta sobre Anochece lentamente, El monte de los cuervos o cualquier otra obra políticamente incorrecta.
El primer libro que presenté para su publicación en iUniverse fue Anochece lentamente, la cual –como sabrán quienes lo hayan leído- dice cosas poco agradables de Bill Clinton y nuestro actual e ilustre senador por Nueva York; lo presenté casi como un experimento para ver cómo reaccionaban. Para mi sorpresa, el editor ni siquiera pestañeo con el contenido anti-Clinton. Lo que le causaba miedo era que Alicia Silverstone me demandase. Establecieron un extenso contrato desde el principio que, en mi opinión, hubiera estropeado el libro. Estuve a punto de decirles: “Los Clinton son reales. El libro es ficción”.
Contuve el aliento durante todo el período que El monte de los cuervos estuvo en la editorial, pero nunca me hicieron la menor observación acerca del contenido o que usase la palabra prohibida que empieza por “N”. Es algo que verdaderamente me sorprendió. En THOR hice aquello que es un tabú en la Sociedad occidental desde la Edad Media: hablé de la muerte del rey, lo que siempre se ha tenido por una ofensa traicionera, pero aun más en este país desde el 11 de Septiembre. Pero no hubo intento de censura. Hoy, estoy conformando en mi mente el próximo libro de una trilogía revolucionaria del Noroeste, que será todavía más atrevido políticamente; desde ahora, supondrá un compromiso adquirido con los elementos esenciales de la auténtica revolución del Noroeste [Un trueno lejano]. Será interesante ver si hay alguien que declare alguna alerta roja a resultas de ésto.
También puedo señalar que nadie ha sido menos forzado a responder ante su editor por su propio libro -en el cual se nombra a Israel como co-conspirador- en relación con los acontecimientos del 11-S que Justin Raimondo de Antiwar.com. iUniverse lo público tras ser rechazado incluso por la “periferia” del establishment editorial, tanto de la derecha como de la izquierda, con motivo del explosivo y peligroso contenido del libro.
Aparentemente, iUniverse no teme tener que rendir cuentas ante Israel, cosa de la que deberíamos tomar nota.



[1] Senador de los EEUU y rector de la Universidad de Carolina del norte en Chapel Hill (N. del T.).
[2] Conflicto civil que se desarrolló en Inglaterra entre 1455 y 1485 por la sucesión al trono. Su nombre viene de los emblemas de los dos bandos: la rosa roja de la casa de Lancaster y la rosa blanca de la de York. La guerra concluyó con la proclamación como rey de Enrique VII, quien dio comienzo a la dinastía de los Tudor (N. del T.).
[3] Téngase en cuenta que este artículo data de noviembre del año 2003 y por tanto, no refleja toda la polémica posterior que surgió con las ideas religiosas y antisemitas de ese actor (N. del T.).
[4] Escritor estadounidense de ciencia ficción, nacido en 1907 y muerto en 1988. Conocido por obras como Amos de títeres, Brigadas del espacio, La luna es una cruel amante o Forastero en tierra extraña. A menudo recibió críticas por sus ideas conservadoras (N. del T.).
[5] Tanto The Turner Diaries como Hunter son obra de William Pierce, con el pseudónimo de Andrew McDonald (N. del T.).
[6] Serpent´s Walk es obra de Randolph Calverhall (N. del T.).
[7] Hear the Cradle Song es obra de O.T. Gunnarson (N. del T.).
[8] Moneda oficial del estado de Israel. La forma española es “siclo” (N. del T.).

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