lunes, 19 de julio de 2010

H.A Covington, "El Campesino de América".





El Campesino de América
H.A Covington

(Traducido por Bucelario)
Una de mis aficiones es la historia medieval. Hace algunos años, mientras leía un erudito volumen sobre la Edad Media, encontré una traducción de un libro de texto que se solía usar a fin de que los niños de la nobleza aprendiesen a leer, una especie de “See Dick and Jane” del siglo XIV. El libro hacía una descripción de todas las variedades sociales existentes en el mundo medieval y sus funciones: el rey gobierna por derecho divino, el noble imparte justicia y da protección a su pueblo, el caballero acomete hazañas en nombre de la dama amada, el cura intercede ante Dios por las almas de los hombres, el mercader trae productos de tierras extranjeras. Continúa en línea descendente con comerciantes tales como tejedores, carniceros, panaderos y así sucesivamente. Os formáis una imagen del cuadro.
Y, al final de todo, había una única sentencia, añadida casi como si no fuese más que una mera ocurrencia, que describía a la gente que en aquellos tiempos suponía, cuando menos, el 90% de la población. Era una frase que ha permanecido en mi mente desde ese día: “Y el campesino labora para que todos ellos dispongan de sustento”.
No puedo concebir una manera mejor de describir el actual papel del hombre blanco (y de muchas mujeres blancas, a excepción de la clase funcionarial femenina creada por el artificio de la acción afirmativa). Somos campesinos. Nuestra función en la sociedad es simple. El campesino trabaja para que otros puedan comer. Los blancos fabrican y conducen los camiones que transportan los bienes de consumo, las manufacturas y los paquetes de comida basura, mantienen las centrales eléctricas que hacen funcionar el aire acondicionado y la televisión, talan los árboles y fabrican el papel que posibilita la actividad de la burocracia. Los policías y soldados blancos portan armas y aprietan el gatillo por el ZOG con suma lealtad, a lo largo y ancho del mundo. Por encima de todo, los hombres blancos pagan la mayor parte de los impuestos que mantienen a flote todo este putrefacto sistema.
Somos siervos en la gran hacienda mundial del consumo, producimos la riqueza y nos ocupamos del funcionamiento de todo, mientras nuestros múltiples señores se sientan en la veranda a comer y beber los productos de nuestra labor y a maquinar sus pequeñas intrigas sin sentido. Como todos los campesinos, estamos privados de peso en el proceso político. Nuestro papel es trabajar para que todos ellos coman, al tiempo que aceptar con gratitud tanto los bienes de consumo como que nuestros pensamientos se centren sencillamente en llenar nuestros platos, arrastrarnos, bailar claqué, apartar el pelo de la frente, votar la opción señalada por nuestros superiores naturales –los liberales-, y aplicar nuestros labios de la manera prescrita en cualquiera de las nalgas que nos presenten. Finalmente, hemos de mantener nuestras mentes absolutamente limpias de la menor duda impura o pensamiento racista.
Pero los campesinos han estado planeando la revuelta. Pensad en la guillotina, amigos míos, con una pirámide de cabezas en los escalones del Capitolio más grande que las de Tamerlán. Pensad en patíbulos sobre el césped de la Casa Blanca, con hileras de cadáveres vestidos con trajes de mil dólares y pedicura en los pies que el viento mece con levedad. Los franceses lo hicieron. Los rusos lo hicieron. Los alemanes lo hicieron. E incluso los iraquíes y los iraníes lo hicieron. Así que nosotros lo haremos.

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