miércoles, 8 de septiembre de 2010

H.A. Covington, "¿Pero qué Deberíamos Hacer Harold?".



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¿Pero qué Deberíamos Hacer Harold?
Por Harold A. Covington
(Traducido por Bucelario)
El sábado 6 de febrero, llegó a mi buzón la carta de cuatro páginas de una lectora de Carolina del Sur que sentí merecía una respuesta. No reproduciré la carta aquí por no tener su permiso y ser demasiado extensa, así como por ser similar punto por punto a un comentario que envié a otro corresponsal no hará mucho tiempo, por lo que puede generar más calor que luz.
La estocada de su carta es doble: en primer lugar, se queja de que no explico “exactamente lo que espero que hagan los blancos” y, segundo, me dice que he fracasado, que no merece la pena que siga luchando, y que debería dejar de pedir a gritos que me envíe sus cartas y e-mails que tanto le perturban y disgustan, pues eso supone que ha de prestar atención a temas que le causan dolor y aflicción y sobre los que preferiría no pensar (dice mucho con estas palabras, y su franqueza le da crédito). Agrega que, conforme a una antigua práctica ritual, se ha unido a la muchedumbre que, cual lemmings, sigue a la última Gran Esperanza Blanca, un fenómeno que resultará familiar a los activistas experimentados. Cada pocos años, aparece un hombre sobre un caballo blanco (Pat Buchanan es un buen ejemplo) y promete a los camaradas blancos que hará lo que no osamos intentar por nosotros mismos, sin pedirnos nada salvo dinero y aplausos. Así pues, hemos de seguirlo como si fuésemos lemmings andariegos. La última gran esperanza blanca en esa cómoda posición es David Duke, que se encuentra en la cresta de la ola con la publicación de My Awakening, su autobiografía.
Y antes de que me lo preguntéis, si acaso sois devotos de las Grandes Esperanzas Blancas, pienso que podíais haber elegido opciones mucho peores que Duke. ¡Demonios, hemos elegido opciones mucho peores que Duke!. Al menos, Duke aún cree en la causa racial aria y ha logrado bailar claqué a través del campo de minas que es el Movimiento sin verse atrapado en las trampas, compromisos, corrupción y traición de federales y judíos, las cuales destruyeron a Metzger y Pierce como seres humanos; si bien, Duke estuvo cerca de ser condenado tras Ed Field durante el asunto Dominica en 1981. David Duke es, con mucho, el mejor de entre quienes todavía permanecen en pie del grupo de los años 70, lo que no significa que haya que ir en pos de él con tantas exclamaciones de admiración como podáis vociferar.
Estoy realmente interesado en las técnicas que la estructura de poder emplea para destruir. Duke no ocupa un sillón en el Congreso que todo el mundo admite –incluidos los medios de comunicación- podría haber obtenido en unas elecciones honestas. La idea de que el sistema electoral guarda la más mínima utilidad para el hombre blanco es en sí misma absurda, pero las elecciones aún ejercen una función propagandística. Si alguna vez encuentro a alguien interesado, podría intentarlo de nuevo en el futuro. El problema es que me resulta imposible efectuar una campaña electoral sin alguien que se tome la molestia de acudir aquí, a Texarkana, y echar una mano. Reflotar el Titanic parece una propuesta más sencilla.
¿Por dónde iba?, ah, sí, estaba respondiendo a la carta de la señorita de Carolina del Sur. Debido a su longitud, tendré que parafrasear punto por punto lo que en ella se dice; trataré de hacer con exactitud y equidad. No pretendo denigrar o insultar a esta señorita, su punto de vista es representativo hasta cierto punto de una actitud que es común en el Movimiento.
Erase una vez un libro…
Con mucha frecuencia, me encuentro con la siguiente pregunta: “¿Qué es lo que verdaderamente quieres que hagamos?”, me la formula gente que me impele a ser “positivo” y “combativo”. Quiero que hagáis tres cosas. Volveré sobre esto en un minuto.
Es uno de los misterios menores del Movimiento el porqué mi respuesta nunca parece ser captada. Al repasar mentalmente los últimos cinco años, observo que he respondido a esta pregunta una docena de veces como mínimo, cuatro o cinco veces en letra impresa y al menos veinte veces en correos electrónicos, c-grams, etc. Respondo a dicha pregunta de una manera detallada en mayor o menor medida, y al cabo de una semana más o menos, nuevamente aparecen los lastimeros llamamientos de “¿Pero qué deseas que hagamos, Harold?”. En ocasiones, oigo esto 48 horas después de haber respondido. La razón se debe, o así lo creo, a que lo que os pido (a “vosotros”, el Movimiento como colectivo) exige que asumáis cierto grado de riesgo e incomodidad personal. El varón blanco tiene una extraordinaria facilidad para desligar sus actos de sus ideas, o desentenderse de situaciones en las que no desea comprometerse. Si no le gusta el programa, reacciona del modo típico del americano medio: pulsa un botón del mando a distancia y cambia de canal. Preguntáis, os doy mi respuesta, no os gusta lo que oís, así que cambiáis de canal hasta la próxima ocasión en que volváis a formular la pregunta.
Lo primero que debería indicar es que, durante todo el período de cinco años de existencia del NSWPP (II), dispusimos de algo denominado Manual de Partido que explicaba muy cuidadosamente, con detalle y precisión, lo que significaba exactamente la frase “no te atrapen con los pantalones bajados” y es lo que espero que hagáis para asumir la parte de carga racial de esfuerzo y resistencia que os corresponda. El manual exponía como actuar para crear una célula del Partido, que equipamiento se necesitaría, que actividades se debería desarrollar, como tratar con los medios de comunicación, como comportarse en caso de ser arrestado, etc. Y lo más importante, el manual explicaba lo que no se debía hacer, en un intento de ayudar a evitar los errores del pasado. La segunda edición del manual establecía una estructura organizativa del partido basada en la experiencia combinada de dos de las organizaciones clandestinas más efectivas del mundo, La Cosa Nostra y el Ejército Republicano Irlandés (IRA).
Centenares de copias de este manual se distribuyeron, en su mayoría de forma gratuita, a lo largo de ese período de cinco años que duró la actividad del NSWPP. Salvo por una magnífica y notable excepción, el Manual de Partido se ignoró por completo. La única salvedad fue el camarada Wagner, de Fort Worth (Tejas), quien durante dos años consolidó y puso en marcha lo que era casi un ejemplo a seguir, una célula del partido espléndidamente organizada y motivada compuesta por cuatro hombres, que seguía el manual casi al pie de la letra. Los resultados que logró fueron espectaculares; según recuerdo, se distribuyeron cerca de 100.000 panfletos y pegatinas, nuestro Forth Worth White Power Hotline informó de noticias nacionales en más de una ocasión y el equipo de la compañía telefónica se vio saturado cuando algunos mensajes que gozaron del favor del público llegaron a superar las 10.000 llamadas por hora. El único medio propagandístico de cierta envergadura que poseyó el segundo NSWPP estaba en Fort Worth. Una vez más, nuestro Movimiento obtuvo una demostración de que un solo hombre con dedicación puede mover montañas. Era un hombre que, he de admitirlo, tenía todas las razones legítimas de tipo personal, médico y financiero para estar al margen de la lucha, más razones de las que nadie tuvo. La célula sólo cesó su actividad cuando la salud de Wagner le hizo absolutamente imposible continuar, es imposible llevar a cabo la insurgencia política desde la unidad de cuidados intensivos de un hospital.
¿Qué fue del resto de aquellos cientos de ejemplares del Manual de Partido? Permanecen en centenares de cajones, mientras acumulan polvo, o posiblemente, en algunos casos, ocupan un lugar de honor en colecciones secretas de literatura racial en profundos recovecos o sótanos de la clase media, o guaridas, de los que saldrán únicamente para ser vistos por una o dos personas cercanas; casi de la misma forma en que viejos vestidos con impermeables sucios comparten la pornografía.
“¡Mira!” puedo oir en un excitado susurro. “¡Ahí está!¡Te lo dije!¡Una auténtica esvástica!¡Oh, mi corazón se desboca!”.
Finalmente, toda la pregunta “¿qué hacer?” se reduce a tres simples tareas básicas. En la práctica, creo que esas tres cosas son las que razonablemente podemos esperar del material humano del que ahora disponemos, aparte de la ayuda de Dios. ¡Tengo la convicción de que nuestra grandiosa raza tiene, como poco, el derecho a exigir esas tres cosas a alguien que conoce la verdad!.
Para que quede constancia, aquí expongo de nuevo los tres puntos que quiero que cumpláis en el desempeño de vuestro deber racial.
I.Hablar. Espero que habléis a vuestros prójimos blancos acerca de la raza, los judíos, Adolf Hitler, acerca de la gloria y el orgullo de nuestra propia raza. Quiero que plantéis cara abiertamente a la maldad y a la corrección política para hablar sin rodeos sobre ello en vuestro lugar de trabajo, vuestras escuelas, vuestras iglesias, en donde sea que se agazapen el mal y el odio por la cultura y la civilización blancas. No pido que cometáis hazañas ridículas. No pido que subáis a una mesa en vuestra sala de descanso y arenguéis a vuestros compañeros trabajadores u os convirtáis en una molestia constante. No pido que tengáis confrontaciones con quienes os rodean. Pero cada uno de vuestros compañeros de trabajo, cada miembro de vuestra familia y cualquiera con quien tratéis, debería conocer vuestras ideas políticas y raciales; y deberíais estar preparados, dispuestos y capacitados para defender vuestra raza, vuestra herencia, el Tercer Reich y lo que sea preciso defender sin más ni más.
Recordad: el silencio equivale a complicidad. Cuando permitís que el mal ocurra sin señalarlo, criticarlo o impedirlo, sois cómplices de ese mal, y convertiros en cómplices del mal mediante el silencio es un acto de cobardía. ¡Mostrad un poco de maldito coraje!. Cuando os enfrentéis a la corrección política, dad un paso adelante, abiertamente y en público, donde otros puedan veros y conocer vuestro nombre, y decid en voz alta: “¡Esto está mal! No puedo hacer nada por evitarlo, pero no permitiré que suceda ante mi silencio”. El nuestro es un genocidio silencioso y depende del silencio para llevarse a cabo.
Estamos donde estamos hoy, en buena medida, porque el varón blanco se ha acobardado y ha mirado hacia otro lado. ¡Se un hombre!. Rompe el silencio.
II. Tener contacto. En mi opinión, el peor aspecto del Movimiento en los últimos años es la idea que hemos adquirido de que podemos hacer todo sentados frente a un bonito, seguro y anónimo ordenador. La introducción de internet ha resultado ser el toque de difuntos de la última y rudimentaria actividad física que los racialistas blancos realizaban en posición vertical y al aire libre, y que consistía en la simple distribución de literatura. Casi nade hace eso actualmente; los blancos de sexo masculino (como opuesto a hombres) se sientan en casa con una cerveza fría en la mano y juegan con su ordenador.
Trataré con mayor profundidad el tema de internet en otra ocasión, por ahora baste decir que nos lleva a la inofensiva opción de interactuar con una máquina en lugar de con otros falibles seres humanos que puedan llegar a complicarnos la vida en diversos aspectos. Como muchos Dilberts[1], los blancos de sexo masculino temen cualquier contacto humano y huyen a su cubículo y a la pantalla de ordenador, lo que es un acto de cobardía, porque sólo un cobarde huye de la aspereza y las desilusiones propias de las emociones humanas, la camaradería humana y el conflicto humano. Siempre he pensado que una de las acusaciones más irrebatibles contra Bill Pierce fue la de su fuga a las montañas de Virginia occidental para escapar de los suyos, en un deliberado intento de hacerse tan inaccesible y difícil de encontrar como fuese posible, para no verse obligado a tratar con sus propios seguidores o a responder a preguntas embarazosas sobre la verdad de sus discutibles conexiones, la procedencia de algunos de sus ingresos, etc. Dispongo de más de un testimonio de primera mano de personas que condujeron durante centenares de millas para conocer al Gran Hombre en persona y cuando estaban a las puertas del recinto de Virginia occidental, se negaba a recibirles. En contraste con mi propia insistencia en que tantos de vosotros como sea posible acudan y me conozcan personalmente, hasta el punto de desplazarme a una ubicación geográfica central junto a una autopista interestatal para haceros esto más fácil.
No, señores, nadie puede propiciar cambios políticos o sociales desde un ordenador, como no puede hacerlo desde una dirección postal. Para disponer de alguna resistencia organizada, los blancos con conciencia racial han de conocerse en persona, mirarse mutuamente a los ojos, convertirse en amigos y camaradas, y ofrecerse apoyo y refuerzo mutuo; deben trabajar, adquirir vínculos y hacer planes en unión como si fuesen amigos, vecinos, hermanos y hermanas, y socializarse unos con otros en el más amplio sentido del término.
Una de las peores críticas hechas a nuestro Movimiento –muy cierta, por lo demás- es que es imposible para los individuos blancos de sexo masculino encontrar un camarada en sus propios círculos. Uno de los varios motivos de que esto sea así, es nuestro rechazo a todo tipo de contacto personal y humano. ¿Cómo podremos atraer mujeres blancas para la causa cuando ni siquiera intentamos reclutar a otros hombres blancos?. El prototipo de Dilbert blanco impera en el planeta; hoy, el Dilbert se esconde en su cubículo, se refugia en su interior y en su superior capacidad para crear su pequeño mundo propio en el ordenador, o en los libros o en el misticismo del neopaganismo pseudo-nórdico sin sentido. El blanco de sexo masculino necesita salir al mundo real y aprender otra vez el perdido arte de relacionarse con seres humanos de carne y hueso.
En el NSWPP, recibía una y otra vez e-mails y cartas, con frecuencia de jóvenes, chicos y chicas blancos convencidos de que estaban completamente solos en su angustia racial; literalmente, acudían a mí para que les diese nombres y direcciones de alguien que pudieran conocer físicamente en su área a fin de proporcionarles alguna clase de contacto y apoyo en su desesperación y aislamiento en este mundo dominado por lo políticamente correcto. Una y otra vez, había “camaradas” que vivían a media hora de distancia de una de esas personas y reaccionaban con ira y paranoia ante la mera sugerencia de que debían conocer a otro blanco con el objetivo de promover la causa que ambos afirmaban defender. En más de una ocasión, recibí histéricos e-mails exigiendo que se les eliminase de la lista de correo y se destruyese todo rastro de asociación con el Partido, porque mi solicitud de que realizaran el rudimentario acto de conocer a otro en un restaurante para servir a nuestra raza los había convencido de que yo era un agente infiltrado. El número de individuos blancos, especialmente jóvenes, que hemos perdido debido a la cobardía de otros mal llamados “nacional socialistas”, es algo en lo que ni tan siquiera quiero pensar. Docenas, como mínimo.
En cada nuevo partido que he fundado, se ha indicado que los miembros oficiales han de ser rigurosos en hacer cumplir las obligaciones financieras mínimas que son las cuotas. Soy de la opinión de que cuando se funda un nuevo partido, ha de quedar patente que el honor e integridad del ario han de exigirse a cada miembro, al menos como un mínimo grado de valor físico personal, y esto debería expresarse en la comprensión de que al unirse al partido se consiente en dar un nombre y dirección de contacto para poder transmitirlos a otros, así como en conocer a otras personas en vistas a actuar como reclutador. Hemos de empezar a impartir disciplina, integridad y conciencia de la propia valía entre nuestra gente. Debemos eliminar la despreciable cobardía que se expande entre los miembros masculinos de nuestra raza como una lepra espiritual. No animo a nadie a realizar cosas sin sentido, estúpidas y contraproducentes, pero reunirse con otros blancos para dar apoyo moral y camaradería no es algo estúpido o sin sentido. Es el primer paso para forjar una auténtica resistencia.
III. Resistir. Probablemente no he enfatizado lo bastante este tercer punto. Por “resistir” me refiero a vuestro compromiso con toda clase de actos manifiestos que atormenten, fastidien, desmoralicen, confundan y distraigan al enemigo racial. El chiflado ecologista de izquierdas alude a ésto como “la llave inglesa”, que es un término que hemos de adoptar. No os pido que demostréis sólo valor, sino también imaginación, ingenio, sutileza, inteligencia, capacidad de planificación, paciencia, vigilancia y observación, todas las virtudes del revolucionario, ¡y devolved los golpes!. ¿Por qué, exactamente, la Raza blanca ha de consentir pasivamente su propia destrucción?. No sólo nos prosternamos ante nuestros asesinos, pagamos las balas que nos matan, hablando figuradamente. Los dólares de nuestros impuestos, nuestra creatividad, nuestro trabajo y nuestra lealtad se han puesto al servicio del gobierno y de los parásitos alógenos que nos chupan la sangre. ¿Por qué tenemos que ayudar a sionistas y liberales a mantener el sistema que envenena nuestras mentes, cuerpos y almas hasta la muerte?. Para mí es algo tan obvio que estoy muy sorprendido por el hecho de tener que mencionarlo, pero aparentemente debo hacerlo.
A lo largo de la Historia, cada pueblo oprimido –con la excepción de los americanos blancos de sexo masculino- ha desarrollado alguna forma de resistencia pasiva adecuada a su cultura y las condiciones de ocupación y opresión que sufre. El campesinado irlandés desarrolló hasta la perfección la resistencia pasiva y el sabotaje frente a la casta terrateniente protestante, desde perjudicar a las mejores razas caballares hasta quemar graneros, pasando por toda una subcultura musical con algunas de las más conmovedoras e inspiradas canciones de rebelión que hayan salido del alma humana (¿dónde está la versión de “Four Green Fields” de los blancos americanos?, me pregunto). Los irlandeses resistieron. Los chilenos resistieron a Allende. Los alemanes resistieron a Versalles. Los británicos resisten hoy. La juventud de Europa del Este resiste. Los palestinos han resistido a los judíos durante cincuenta años. Los negros de Sudáfrica y el sur de los EEUU resistieron al hombre blanco de cien maneras diferentes a través de los siglos. ¿Por qué resultamos ser el único pueblo en la faz de la Historia que, bajo una opresión que amenaza toda nuestra existencia, parece incapaz de alzarse con algún tipo de resistencia?.
Este es un asunto que, claramente, va a requerir un panfleto o comentario especial, pero creo que si consideráis la situación detenidamente, amigos, seréis capaces de encontrar cuando menos media docena de formas con que infligir diariamente algún tipo de sufrimiento al Sistema, y vivir para luchar otro día. Mi clase favorita de “llave inglesa” siempre ha sido el sabotaje de los programas de acción afirmativa en el lugar de trabajo, al conseguir que los contratados de este modo queden como unos idiotas tan incompetentes que incluso la dirección políticamente correcta tenga que hacer algo al respecto (normalmente, dar la patada al simio), pero hay muchas otras cosas con que podéis hacer “la llave inglesa” de forma estupenda al statu quo liberal. Recomiendo a algunos de nuestros camaradas veteranos prestar atención a las fabulosas aventuras del sorprendente, demencial y maravilloso habitante de Los Ángeles apodado “la pasa de California”, informó al NS Bulletin hace algunos años de varias de las estrambóticas y cómicas actividades políticamente incorrectas a las que estaba dedicado.
La ética protestante golpea de nuevo
El segundo aserto de la señorita de Carolina del Sur es que he fracasado y debería tener la bondad de desaparecer y dejar de incordiar en vuestro banquete cual fantasma de Banquo[2] . Esto resulta interesante porque la “prueba” de mi fracaso que ella indica es, concretamente, que permanezco miserablemente pobre y sin blanca tras muchos años en el Movimiento. Me he encontrado anteriormente con esa idea, no es infrecuente en el Movimiento, pero nunca me había puesto a analizarla y es algo que debiera haber hecho. Hay una conexión entre ésto y la situación en que se encuentra la Raza Blanca, en cómo hemos terminado el siglo sumidos en la desgracia y servidumbre de las que somos los indisputables campeones mundiales.
A algunos os puede ser familiar aquello que los telepredicadores denominan “prosperidad teológica”, la idea de que si se demuestra la fe en Jesús a través de un acto de sacrificio (es decir, enviar los ahorros de tu vida al telepredicador), uno se verá recompensado con la gracia divina en forma de más bienes materiales que los donados. Los evangelistas televisivos que venden estas bobadas usualmente citan el versículo de la Biblia que habla de arrojar vuestro pan a las aguas y demás. Con toda probabilidad, habréis visto a los más evidentes e indecentes charlatanes leer cartas en voz alta o presentando ante su audiencia a idiotas con sonrisa de lobotomía que declaran: “¡Ah, envié al hermano Quijadadecerdo mil dólares destinados a la educación de mis hijos para que hiciese la labor que pide JEEEESÚS y tres semanas después, ah, conseguí un magnífico cadillac nuevo en una rifa!”.
Esta idea no es nueva. De hecho, la “prosperidad teológica” tiene una larga historia y se introdujo en la cosmovisión cultural de América desde una época muy temprana; se inició con los colonos puritanos de Nueva Inglaterra y también se conoce como Ética Protestante. Resumida a lo esencial y despojada del elemento bíblico, representa la idea de que la riqueza material está conectada de algún modo con la aprobación y gracia divinas. Los corolarios de esto son A) el éxito en la adquisición y atesoramiento de riqueza material es un signo del favor divino y la rectitud del individuo que consigue esa riqueza; y B) la pobreza es, por lo tanto, un indicador de la carencia de la gracia y el favor divinos, así como de la naturaleza esencialmente pecaminosa de la persona pobre.
El Cristianismo suele hacer referencia a “tener un pie en el cielo al morir”, pero esa deformación tremenda que es la “teología de la prosperidad” y que se da entre el segmento protestante de la religión es, de hecho, su reverso. Sostiene que Dios ama las golosinas que hay aquí, en la tierra, en esta vida, que las riquezas son lo que merece la pena y que la posesión de montones de golosinas terrenales es señal de rectitud. Creo recordar un versículo sobre un hombre rico comparado con un camello que pasase por el ojo de una aguja, pero no recuerdo nada sobre ser engañado por la banda del hermano Quijadadecerdo.
El Cristianismo auténtico, amémoslo u odiémoslo, fue una fe que nuestros ancestros encontraron totalmente compatible con la personalidad racial aria. Con la “teología de la prosperidad” tenemos la primera intrusión seria de un principio esencialmente judaico (la primacía de lo material sobre lo espiritual, o Mammon, como lo denominan los verdaderos cristianos) en el Cristianismo tradicional y la cultura occidental. La idea central es que Dios premia al hombre virtuoso con cosas, con riqueza y que, por ende, cualquiera que tenga muchas posesiones debe ser una buena persona. Curiosamente, uno de los más destacados defensores de este concepto a principios de siglo no fue otro que el mentor de Woodrow Wilson, Bernard Baruch, uno de los judíos con más poder que haya existido; si llegamos a vislumbrar una prueba de la conexión kosher, rara vez nos toparemos con una tan importante. Dado que la riqueza material puede y suele acumularse de modos deshonestos, crueles, traicioneros y vergonzosos, debería resultar obvio el desatino que supone la teología de la prosperidad. Todavía no hay una idea tan profundamente enraizada en la psique estadounidense como la creencia de que la pobreza equivale a fracaso. La nuestra es una cultura completamente materialista; cien años de control judaico de nuestro dinero, comunicaciones y educación lo han asegurado. Ahora, al finalizar este siglo con el período Clinton, los últimos vestigios de moral general o de principios han desaparecido; el materialismo y su sirvienta, el relativismo moral, son absolutos y están por doquier en esta sociedad como nunca antes en la historia de la Humanidad. Lo apreciamos todo en términos completamente materialistas, la vida moderna en la América políticamente correcta es una caja registradora y nada más. Cuando la señorita de Carolina del Sur me tacha de fracasado por ser pobre, está enteramente en lo cierto desde el punto de vista comúnmente aceptado a finales del siglo XX, o de antes, realmente.
Recordadlo, esto es América, donde la pobreza se contempla como un fracaso, sin importar su causa o si (como es mi caso) es voluntariamente aceptada.
Los judíos están de acuerdo ¿lo sabíais?
Por extraño que parezca, la señorita de Carolina del Sur tiene a gente de está de acuerdo con ella, como es el caso de algunos judíos del Centro Simon Wiesenthal. También desean que me calle y desparezca.
Sin entrar a hacer una larga digresión sobre la locura de Usenet o los últimos tres años, es preciso señalar dos cosas. Primero, tengo conocimiento de que un gran número (aproximadamente 40.000) de post “Odia a Harold” en Usenet aparecidos durante los últimos 36 meses son obra de un equipo de unas cuatro personas cuyas identidades se desconocen y permanecen ocultas detrás de una serie de firewalls, e-mails con pseudónimo, reenvíos anónimos de e-mails y así sucesivamente. No me refiero a la infame “cyber-célula” de la National Alliance, cuyas identidades y procedencia son conocidas; pero en torno al 50% de los post que aparentemente no provienen de la NA son anónimos y hacen gala de una considerable familiaridad con mi pasado y presente, fragmentos específicos de información que obviamente proceden de informantes o de acceso a las escuchas telefónicas del gobierno, acceso a la información de la vigilancia a la que se me somete en mi actividad de caza, el último período veraniego, etc. Mi dinero se encuentra en el Centro Simon Wiesenthal porque, como admitieron hará ocho meses en uno de sus boletines internos, realizan operaciones encubiertas en internet contra quienes consideran enemigos del pueblo judío, y los medios de comunicación hablaron del caso, para gran disgusto del Centro Simon Wiesenthal. Sólo puedo decir que encuentro muy halagüeña la atención que el Centro dedica a mi humilde persona. Aparentemente, tienen en más alta consideración mis talentos que muchos de los nuestros.
En segundo lugar, al estudiar los post de “Odia a Harold” que parecen de origen judío (como opuestos a los de la NA, los cuales son simplemente necios gritos de odio y amenazas contra mí), está claro que quienes lo hacen están organizados y siguen una serie coherente de “temas de conversación”, en un intento de establecer tanto ideas ciertas como rumores a cerca de mí para formar una opinión general y envenenar la atmósfera alrededor de mi nombre, entonces preparan su sopa en internet mediante la repetición constante (por ejemplo, en 1997, durante unos dos meses, hubo toda una campaña seria que me acusaba de ser el auténtico Unabomber[3]). Esta es una cuestión fascinante (bueno, lo es para mí, claro está, por obvias razones), pero voy a resistir valerosamente la tentación de desviarme del tema que nos ocupa y sencillamente señalaré la constante actividad judía en Usenet a torno a mí desde que llegué a Texarkana. Nuestros anónimos moscardones kosher de internet, de hecho, siguen la misma línea que la señorita de Carolina del Sur: “Covington está acabado, Covington no es más que un holgazán desempleado, Covington está en la ruina y ni siquiera tiene un coche; ja, ja, ja, mirad a ese miserable fracasado de Covington; ja, ja, jo, jo, no seáis tontos, no apoyéis a ese perdedor”, etc. En vista de que los judíos han inventado el materialismo puro como sustituto de la espiritualidad, apenas me sorprende que juzguen mi vida y obra de esa manera, lo que realmente me sorprende –y lamento decirlo- es que también lo hagan muchos blancos. Los judíos nos han adoctrinado bien, amigos míos.
Todo cuanto puedo responder es que no creo que sea justo o correcto juzgar el valor de un ser humano por su capacidad en obtener y acumular grandes cantidades de riqueza material, especialmente en una sociedad como la nuestra, donde la corrupción individual, moral y financiera ha llegado a ser virtualmente total.
Sí, en ese sentido hay algo que es legítimo: un empresariado de buena fe en el que un hombre exhibe diversas virtudes positivas, tales como diligencia, economía, visión e inteligencia, en la obtención de una fortuna personal. Ese tipo de clase empresarial está casi muerto actualmente. El presente sistema económico, la estructura fiscal y la cultura lo han eliminado en gran medida. Todavía se puede encontrar esporádicamente al millonario hecho a sí mismo, pero supone una rareza. En nuestra sociedad, lo más ricos heredan su dinero, procedente de acciones o inversiones en las instituciones del capitalismo, o, con mayor frecuencia, consiguen sumas de dinero absolutamente obscenas gracias a la manipulación de trozos de papel, números e información. Es escasísima la gente acaudalada que alcanza esa situación mediante la auténtica producción o la contribución con algo que tenga un valor real para la sociedad.
Eres un cretino, Harold
En mi caso particular, se me ha interrogado con una pregunta en distintas ocasiones a lo largo de los últimos dos meses, a veces con casi estas mismas palabras: “Harold, ¿por qué diablos no guardaste algo de esas donaciones para ti para cuando viniesen malos tiempos?, de haberlo hecho no pasarías hoy estos apuros”. Bien, la razón por la que no lo hice es muy simple: no recibí esas donaciones para tal propósito, y no haré nada parecido a robar. He dado esta respuesta es numerosas ocasiones y se ha recibido con un asombro perplejo. Un joven me preguntó de forma muy seria: “Muy bien, ¿qué quieres decir?”.
Podéis ver cuan corrupto y envilecido ha llegado a ser el americano blanco, incluso aquellos que son racialmente conscientes, que asumimos que todo el mundo está igual de corrompido y nos causan una genuina sorpresa las raras ocasiones que tropezamos con alguien que no lo está. Aparentemente, algunos de vosotros me habéis dado vuestro muy apreciado apoyo financiero durante los últimos cinco años con la expectativa de que no robase una parte, y cuando averiguáis que no robo, vuestra reacción es de duda y desilusión. Algunos, evidentemente, sentís que habéis dado vuestro respaldo a un cretino, a alguien demasiado estúpido como para llevarse dinero de la caja cuando la oportunidad se presenta. Un hombre me dijo con estas mismas palabras: “Por Dios, Harold, estás bien entrado en la mediana edad y necesitas quedarte con lo que llegue a tus manos”.
La pobreza aria, renunciar deliberadamente a los bienes materiales de los judíos y al modo de vida que nos hace más vulnerables y propicia que seamos víctimas de la estructura de poder.
Cualquiera que pretenda pelear por nuestro pueblo debe conseguir una total seguridad económica. En otro tiempo, lo conseguíamos (algunos de nosotros) mediante la creación de nuestros propios negocios para no tener así un patrón, y eso fue bien hasta cierto punto, pero no demasiado bien. Podemos ser capaces de acumular riqueza que nos pertenezca, y eso es bueno, pero el objetivo sigue siendo disponer del suficiente dinero como para vivir por encima del mínimo necesario para subsistir, aunque no se disponga todavía de una seguridad económica completa. Porque como sabéis, un hombre blanco no es más que un desdichado a los ojos de la tiranía en la medida en que tiene algo que perder, sea una casa, un coche, una cuenta bancaria, clientes para su negocio, una familia con necesidades, esposa e hijos que puedan ser amenazados en caso de que él cruce una línea, tanto como si trabajase como un Dilbert en su cubículo directamente para la Besuqueonstein International. Cuando se tiene algo que perder, sea lo que sea, se puede ser chantajeado con la pérdida del bienestar material. La única forma verdadera de prevenir esta situación es dar forma a tu vida desde la óptica del deber racial y adoptar un sistema de creencias fundamentado en valores espirituales, que pueden ser el Nacional Socialismo, la Identidad Cristiana o cualquier otro, hasta que el dinero y las cosas de este mundo pierdan su importancia.
Una de las razones por las que los judíos nos entrenan y condicionan cuidadosamente para ser tan materialistas, es que de esta manera pueden manipularnos, amarrarnos por el cuello, controlar nuestro comportamiento e incluso nuestros pensamientos gracias a su habilidad para despojarnos de nuestros preciosos trabajos y nuestro dinero, arrebatarnos nuestros lujosos hogares, y el sillón, y el televisor y el suministro de cerveza fría, todo ello tan bueno que nos convertimos en menos que hombres a fin de conservarlo. Desde el mismo nacimiento se nos adoctrina por cien métodos subliminales: Hymie lleva esto y Hymie trae lo otro, y maldito sea el nombre de Hymie o de otro cualquiera. Los judíos no han aherrojado con cadenas de oro, y es un deber hacia nuestra gente, hacia nosotros mismos y hacia Dios romper tales cadenas. Hemos de dar una patada al oro y pisotearlo, para así caminar libres y pobres bajo el sol.
Os he hablado de las posesiones materiales como de una herramienta y un arma para pelear por las Catorce Palabras, y volveré a hablar de ello en el futuro. No creo haber dicho nada tan poco racional como para merecer que me paséis por las armas. Nunca he robado o escondido un mísero centavo que me dieseis, y nunca lo haré. Si eso me convierte en un fracasado, entonces lo soy. Y en palabras de Rhett Butler, concluyo en provecho de la señorita de Carolina del Sur: “Francamente, querida, me importa un bledo”.



[1] Con el término Dilbert se hace referencia a la persona que acostumbra a utilizar el ordenador la mayor parte de su tiempo. El nombre procede del protagonista de una tira cómica homónima (N. del T.).
[2] Personaje de la obra teatral Macbeth de William Shakespeare. Amigo del protagonista, muere asesinado a manos de éste y su fantasma se aparece para atormentarlo (N. del T.).
[3] Apodo con que se conoce al terrorista estadounidense Theodore Kaczynski, que pretendía combatir la tecnología a la que acusaba de destruir la libertad humana. Culpable de enviar cartas-bomba a lo largo de 18 años, con un resultado de 3 muertos y 22 heridos. Actualmente en prisión (N. del T.).

3 comentarios:

  1. Realmente impresionante. Hay mucha verdad en todas estas afirmaciones. Lo lamentable es que estas palabras sabias no tengan resonancia.
    Profundizando más todavía, creo que esto mismo vale para España y la Argentina. La falta de compromiso e interés es una pandemia que amenaza con destruir al mundo entero.
    Muy bueno el blog y felicitaciones por los contenidos. Sigan así.
    88!

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    1. Un nacionalsocialista -hoy por hoy- es el mayor enemigo del sistema y de este decadente occidente,por eso en todos los sitios pasa lo mismo, la gente tiene miedo, cosa que no sucede con la extrema izquierda que cuenta con las simpatías del sistema aunque realmente el propio sistema jamás haga otra cosa que utilizarles como tontos útiles.


      Luchar contra décadas de adoctrinamiento en la educación y los mass media es una labor titánica, de ahí que muchos se desesperen(incluido yo mismo en muchas ocasiones)

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  2. Vuelvo a felicitarlos por el blog. Espero que no se rindan y que sigan en esta buena senda.
    88!

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