La Montaña ha Caído
Oración de Harold Covington en el funeral de Robert Miles
(Traducido por Bucelario)
El 16 de agosto de 1992, un gigante partió de entre nosotros cuando Robert Miles falleció a la edad de 67 años; tres meses y un día después de la muerte de su amada esposa, Dorothy. El hueco que ha dejado en nuestras filas no será fácil de llenar.
A lo largo de unos cuarenta años, Bob Miles tuvo un papel dirigente en el movimiento blanco de resistencia de América; su coraje y visión le supusieron un renombre mundial entre muchos amigos y enemigos del hombre ario por igual. Bob soportó los repetidos ataques; una vida de severa pobreza e incesante privación; seis años de injusta prisión por culpa de un falso testimonio en el peor agujero del sistema carcelario americano, así como un vergonzoso intento de volver a encarcelarlo en 1987 mediante un falso cargo de sedición; décadas de espionaje y acoso; el encarcelamiento y asesinato de amigos y familiares; y una avalancha de injurias y difamación mediáticos sin parangón en los anales de la prensa amarilla.
Nunca lo doblegaron. Bob Miles hizo frente y resistió cada ataque, cada padecimiento que este malévolo régimen le infligió. Y lo hizo con un sereno coraje, una calmada dignidad y un irresistible encanto y humor que, más que cualquier cosa dicha o escrita por él, enfurecía a los judíos y a sus babeantes lacayos del gobierno de los Estados Unidos.
Bob Miles comprendió claramente algo que muchos han perdido de vista en nuestro Movimiento, a saber, que la muerte no tiene tanta importancia. Es un hecho inevitable de la existencia, hemos de tomarlo con filosofía y aceptarlo con dignidad llegado el momento. Lo que importa es como vives, lo que se deja atrás en una senda de conocimiento acumulado, experiencia y ejemplo moral. Para todos nosotros y los camaradas del futuro, no habrá modelos de conducta más recios y admirables que Bob Miles.
Más que ningún otro nacionalista racial blanco en fechas contemporáneas, Bob vivió su simple y poderosa filosofía, a la que se refería en ocasiones con el nombre gaélico de sinn fein, “sólo por nosotros mismos”. Lo que es una gran franqueza por parte de Bob. El ario es el pináculo de la Creación divina: no necesitamos nada de lo que otra raza o cultura pueda ofrecernos a cambio de mestizarnos. Todo lo que es necesario para preservar nuestra raza y asegurar el futuro bajo las estrellas de nuestra simiente, es reconocer quiénes somos y tener la fuerza de voluntad espiritual para decir “no” a cada envenenado cáliz y cada podrida golosina con los que los judíos insisten que nos alimentemos.
Bob entendió cual es el principio básico que contiene la clave de toda nuestra lucha; y que resulta increíblemente difícil de comprender para muchos de los nuestros, y que algunos de entre nosotros nunca llegarán, realmente, a comprender. Los judíos no son el problema, como no lo son los negros, los hispanos, los políticos, los banqueros internacionales, los comunistas o cualquier otro grupo de nuestros adversarios raciales. El problema somos nosotros. Nuestra flaqueza, nuestra indolencia, nuestra profunda cobardía moral, nuestra escasa disposición a colocar nuestros cuerpos físicos y bienestar en una posición de riesgo, tal como hizo el propio Bob sin miedo o vacilación.
Cuando nos miramos en el espejo, vemos a nuestro enemigo. Pero si ese enemigo resulta demasiado fuerte, podemos ver a Bob Miles de pie tras nosotros, con una sonrisa en el rostro y la mano en nuestro hombro para guiarnos, inspirarnos y fortalecernos, como siempre hizo mientras vivía.
En los tiempos de la Antigüedad céltica, cuando un gran rey de Tara moría, se despachaba mensajeros en veloces carros a lo largo y ancho de Irlanda, desde Antrim, en el norte, a Kerry, en el suroeste. Y en cada pueblo, encrucijada o ciudadela a la que llegaban, esos emisarios clamaban: ¡La montaña ha caído¡
Nuestra montaña ha caído, pero su espíritu permanece, y es fuerte.
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