El Cuento de los Seis Millones
Joaquín Bochaca
(Extraído de la revista CEDADE Nº 111)
Cuando se supone que vivimos en el Reino de la Razón, navegamos plenamente en el turbio océano de los dogmas. Teóricamente, se nos invita a ‑discutirlo todo, a cultivar, como una planta de invernadero, la entelequia de la "duda razonable". en la práctica, un invisible pero no por ello menos real tribunal de la Santa Inquisición Mental, nos indica qué debemos y qué no debemos creer. Y, entre los dogmas que, a pies juntillas, debemos creer, figura, en lugar preeminente, el del Holocausto de los Seis Millones de judíos exterminados, en las famosas cámaras de gas, por los malvados nazis.
Rassinier, Duprat, Butz, Christophersen, Faurisson y hasta un judío, Aldo Dami, han demostrado con argumentos irrefutables, generalmente de tipo matemático, la absoluta imposibilidad, tanto de la cifra como de la realización del macabro crimen colectivo atribuido a los vencedores sionistas a los vencidos alemanes. Si me disculpa la vanidad de autocitarme, mencionaré que yo también me he ocupado del tema en un libro de 184 páginas, en el que procuré abordarlo, tanto desde el ángulo aritmético como desde el del simple sentido común. En dicho libro (El Mito de los Seis Millones) aludo a la super‑improbabilidad del "Holocausto" tal como nos ha sido presentado por la propaganda oficial. Según ésta, los nazis sólo instalaron cámaras de gas en 7 de sus 30 principales campos de internamiento, aunque al principio la misma propaganda asegurara que los habían instalado absolutamente en todos ellos: en los 30. Luego se fue demostrando que tal aseveración era falsa en 23 de ellos, y que sólo en los 7 campos instalados en Polonia, y liberados por las tropas soviéticas, las habían. Evidentemente, es posible ‑matemáticamente posible‑ pero más que super‑improbable, que ello fuera así. Que los nazis instalaran cámaras de gas sólo en 7 de sus 30 campos principales, y que esos campos ‑los siete - cayeran en manos de los soviéticos, mientras que los otros 23, desprovistos de cámaras de gas, tal como se admitiría oficialmente luego, cayeran en manos de los aliados occidentales es matemáticamente posible. Esta posibilidad se puede evaluar: equivale a arrojar 30 monedas al aire: 23 blancas y 7 negras; y que al caer sobre el tapete las 23 blancas salgan cara y las 7 negras salgan cruz. Es el mismo caso. La posibilidad matemática de que esto ocurra es igual al cociente del factorial 23 dividido por el factorial 30, es decir, que hay una posibilidad contra dos millones treinta y cinco mil ochocientas. No es mucho.
Pero aún es mucho menos, infinitamente menos, si se tiene en cuenta que el "Holocausto" representa la única excepción, como perfección en todos los sistemas de ejecución u homicidio, en todos los medios de destrucción de vida que el Hombre ha utilizado, a lo largo y ancho de toda la Historia conocida. La horca, la silla eléctrica, los pelotones de ejecución, hasta la bomba atómica, han dejado supervivientes. Pero, según los mantenedores del fraude del "Holocausto", hornadas sucesivas de seres humanos eran materialmente embutidas dentro de cámaras de gas, precipitademente gaseadas, y rápidamente sacadas fuera de las mismas para ser sustituidas por la siguiente hornada. ¡Seis millones! La cifra, a fuerza de ser repetida, ha perdido significado. Para restituirle una parte de su valor, baste con tener en cuenta que representa el décuplo de las pérdidas inglesas y americanas en él transcurso de la Segunda Guerra Mundial, o el doble de las japonesas. Nada menos.
Algunas consideraciones, que creo de interés. Bien conocida es la fórmula británica que se aplica en las sentencias de muerte: " ... y se le condena a ser colgado por el cuello hasta que muera". ¿Cuál es el origen de esta fórmula barroca? Sencillamente que en Inglaterra, tras serle aplicada la pena de horca a unos cinco mil ajusticiados, un buen día se rompió la misma bajo el peso de un reo, y éste, amparándose en el sentido formalista de la ley penal anglosajona, pudo salvarse de la última pena que le condenaba a ser ahorcado. Para evitar la repetición del caso, es decir, para impedir que un reo pudiera escapar a su sentencia amparándose en que ya había sido ahorcado y en que la ley inglesa prohíbe que alguien pueda ser sancionado dos veces por el mismo delito, se añadió la célebre de frase exigiendo que el condenado fuera colgado por el cuello hasta que muriera.
Pregunto: ¿Es razonablemente probable que seis millones de personas puedan ser COLECTIVAMENTE asesinadas sin que se salve ninguna, mientras en sólo cinco mil INDIVIDUALMENTE ejecutadas se salve una? Matemáticamente, debiera haber 1.200 supervivientes gaseados. No hay ninguno. ¿Que los casos no son idénticos? Cierto. En los 7 campos de los supuestos gaseamientos debía procederse con rapidez, justificada precisamente por la cifra enorme de personas que ‑se nos dice‑ debían ser exterminadas. Los cadáveres, ‑se nos dice igualmente‑ se amontonaban. La rapidez y el amontonamiento debían, necesariamente, crear "bolsas de aire" relativamente puro. Es absolutamente improbable que no hubiera ningún superviviente, pues, de haberlo habido, hubiera sido convenientemente aireado por la propaganda de los vencedores.
Entre 5 y 6 mil kamikazes se arrojaron con sus aviones, cargados de dinamita, sobre barcos norteamericanos en la batalla del Pacífico. Ya sabemos que los accidentes de aviación son generalmente mortales. Más aún si el propio piloto proyecta a su aparato contra un barco de guerra que, lógicamente está disparando contra él. Es prácticamente imposible que queden rastros del avión o del piloto cuando éste se estrella con una carga de una tonelada de dinamita, sobre la cubierta del barco. Pues bien: uno de los seis mil pilotos suicidas nipones se salvó, e incluso pudo vérsele en un programa televisivo hará un par de años. Un suicida entre seis mil se salvó, pero no hubo ni uno sólo que se salvara entre seis millones de asesinados por el gas, cuando, matemáticamente, debieran haber habido mil supervivientes. Y eso suponiendo que las probabilidades de un kamikaze y un concentracionario fueran idénticas, cuando parece que las de aquéllos debieran ser menores.
En el atolón de Bikini, en el Pacífico, la Armada Norteamericana procedió al lanzamiento de una bomba atómica experimental Fueron blanco de la explosión numerosos barcos repletos de toda clase de animales y maniquíes. Todo fue destruido, desintegrado. Y los 25 mil animales perecieron... menos uno. El cerdo matriculado con el número 313, apareció tranquilamente en Bikini, a donde llegó a nado, y sobrevivió. Llegó a ser padre de una numerosa familia. Suponiendo, en el mejor de los casos, que el gas de Auschwitz fuera igual de mortal que la bomba atómica, si de 25.000 se salvó uno, de 6 millones, debieron salvarse matemáticamente, 240. Pues no. Ni uno.
Conocido es también, el caso del delincuente negro norteamericano, que se salvó tres veces de la muerte, en la silla eléctrica, en la que se administran descargas quinientas veces más fuertes de lo necesario para electrocutar a un hombre. El número de condenados a la silla letal, en los Estados Unidos, no llega a los 150.000. Es una cifra 40 veces menor que la de los 6 millones. Estos, insistimos, exterminados apresuradamente y en bloque; aquéllos en una ceremonia macabra que dura varios minutos e individualmente. Un superviviente de la silla eléctrica ‑aunque finalmente, a la cuarta tentativa, muriera‑ y ninguno del "Holocausto". Este inmenso fraude ha sido demostrado tal aún cuando la propaganda trate de mantenerlo en vida con fines políticos y económicos, pues es una sórdida inversión moral para el Estado de Israel. Pero, en realidad, dejando a parte el aspecto puramente académico de la cuestión, todas las demostraciones, amparadas por argumentos jurídicos, materiales y lógicos palidecen, a mi juicio, ante el hecho, en verdad mágico, de la ausencia de supervivientes. El “Holocausto" sería, no ya el crimen perfecto ‑que todos los criminalistas saben es imposible‑ sino la única excepción a una perenne ley de supervivencia inherente a todos los sistemas de exterminio habidos y por haber. Según ese "best seller" que es la Biblia, incluso cuando Dios sumergió bajo las aguas del Mar Rojo a las tropas faraónicas hubo unas docenas de supervivientes. Pero los malvados nazis eran más listos que todos y lo superaban todo: al cálculo de probabilidades, a la bomba atómica y al propio Dios. Y, sin embargo, perdieron la guerra.
Como diría Malraux, vivimos en la época de lo Irracional.
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