Nuestro Socialismo
H.A Covington
(Traducido por Bucelario)
Esta semana voy a hablar de algo que parece ser causa de inquietud y curiosidad; ese algo es por qué usamos el término socialismo en el nombre de lo que es nuestro partido y cosmovisión: el Nacionalsocialismo. En honor a la verdad, el uso de tal palabra no suele preocupar en el mundo de hoy tanto como hace varios años, cuando había más elementos conservadores en el Movimiento, pero todavía pasa. Aún hay personas a las que la palabra socialismo les sugiere visiones del Kremlin y son incapaces de abandonar esta idea, aun cuando es completamente incorrecta. A consecuencia de ésto, hay gente que, ocasionalmente, se rasga las vestiduras y nos tacha de comunistas. Pero existe una razón muy clara de por qué esa palabra forma la segunda parte de nuestro nombre.
En primer lugar, trataré de explicar que hay muy diferentes clases de socialismo. Probablemente, os será más familiar el tipo conocido como Comunismo, formulado por el judío Karl Marx a mediados del siglo XIX. Tenemos una versión apacible, la Socialdemocracia, aquello que aquí, en América, denominamos Liberalismo; los principios son los mismos; básicamente, los liberales son auténticos marxistas sin el valor de atenerse a sus convicciones. Se puede decir que los liberales son marxistas descafeinados. Después, están las variadas y extrañas versiones ultraizquierdistas del Marxismo, como las puestas en práctica en Corea del Norte, la China comunista, Perú, etc. En su mayoría, los muchos tipos de las así llamadas filosofías socialistas no son, en realidad, más que alguna variante del Marxismo. Por ese motivo, el Nacionalsocialismo difiere de todas ellas, ya que nuestro socialismo no se basa en los escritos del judío Marx, sino en el carácter de nuestra raza aria.
El socialismo marxista o comunismo es, en esencia, la otra cara de la moneda del capitalismo, en torno a lo cual he disertado con anterioridad. Al igual que el capitalismo, el marxismo sostiene que el hombre es fundamentalmente una unidad económica de producción y consumo, una pieza en el engranaje de una gran maquinaria, pieza que precisa ser alimentada, lubricada, mantenida y, luego, desechada cuando ya no pueda cumplir más con la función asignada. Sí, sé que he dicho esto antes, y, posiblemente, algunos de vosotros ya estéis aburridos del tema, pero voy a empecinarme en repetirlo, pero no hay lección más importante para vosotros que aquello que respecta al carácter de la sociedad actual. El nuestro es un combate dilatado en el tiempo de la espiritualidad y el idealismo contra el materialismo y las dos fuerzas que han determinado el siglo XX y que en buena medida aún controlan nuestro destino: el Comunismo y el Capitalismo, ambos filosofías profundamente materialistas. Y es aquí donde el Nacional Socialismo difiere enormemente de los dos: el Nacional Socialismo se basa en el hombre, mientras que éstos se basan en la materia.
En todo caso, para regresar a la cuestión central, nuestro socialismo no es materialista ni económico. Se basa en el hoy casi obsoleto concepto de deber social, la idea de que ningún hombre es una isla y junto a derechos, todos tenemos deberes y obligaciones para con nuestra comunidad, cultura y la estirpe en que hemos nacido. Esta idea solía estar comúnmente aceptada y nadie la cuestionaba; ahora, ha desaparecido virtualmente de nuestra vida nacional. Nuestro socialismo enseña que hay algo más importante en la vida que la frenética persecución de trozos de papel verde y la seguridad y el placer que esos trozos de papel pueden proporcionar. Nuestro socialismo es el del hombre que no sienta a mirar como arde la casa de su vecino y ayuda a pagar el fuego.
Estamos en una situación terrible desde hace tiempo porque hemos decidido que cada uno de nosotros puede tomar su propio camino y mandar al infierno a todos los demás. Los blancos hemos determinado despojarnos voluntariamente de nuestra identidad racial y cultural porque interfiere con el hecho de ganar dinero. Al hacerlo, hemos devenido exactamente en lo que el sistema capitalista quiere que seamos: unidades económicas de producción y consumo, y nada más. Pero no hemos nacido como seres sin rostro, raza o cultura, únicamente aptos para trabajar y comprar en el mercado. La raza y la espiritualidad son genéticas, están en nuestra sangre, y esas cualidades forman, en nosotros mismos, un tipo de socialismo, pues establecen un nexo entre todos los pueblos de raza aria. Nuestro socialismo es, ante todo, una clase de sentido comunitario que la gente ha manifestado siempre en las sociedades arias sanas.
Segundo, hay una diferencia entre el gran gobierno como lo definen los liberales y los socialistas rojos (es decir, lo que ahora tenemos en este país) y los gobiernos responsables. Al mismo tiempo que el Nacional Socialismo no cree en un estado del bienestar vitalicio y apoya la libre empresa, entendemos y pensamos que el estado tiene ciertas obligaciones morales, económicas y políticas hacia sus ciudadanos.
No hay que caer nunca en la trampa del así llamado Libertarismo. El Libertarismo no es, básicamente, más que una avanzada moral del peor tipo de laissez-faire, de los bucaneros del monopolio capitalista al estilo del siglo XIX. Los libertarios[1] preconizan la idea de que el estado ha de mantenerse débil y tan cercano a la inexistencia como sea posible; por esa razón, algunos los tildan de anarquistas, cosa que no son. Son capitalistas. Pienso que la mayoría de los libertarios saben perfectamente lo que ocurriría si el estado se debilitase o desapareciese: perderíamos la libertad; aquello que tendríamos sería un conjunto de grandes empresas multinacionales que intervendrían para llenar ese espacio. Desechemos esa idea libertaria de que el estado es siempre malo; eso depende por entero de quien controla dicho estado y con qué propósito entra en funcionamiento la maquinaria estatal.
En una sociedad aria, el estado tiene derechos y obligaciones para con el pueblo ario que van más allá del mantenimiento de infraestructuras, el ejército y el servicio postal. El estado está en la obligación de asegurar a cada cual el derecho a un trabajo, a ganarse la vida y un sustento para su familia en paz y seguridad. Además, el estado el deber de asegurarse de que haya trabajo; que la economía común marcha lo suficientemente bien y de manera competente para producir empleo y prosperidad. El estado tiene la obligación de asegurarse de que no haya ciudadano al que, por carecer de dinero, se niegue la necesaria atención médica. El estado está obligado a asegurarse de que cada uno de sus ciudadanos posee una vivienda decente y accesible. El estado tiene la obligación de procurar que los niños arios dispongan de un ambiente limpio, seguro y agradable en el que crecer. El estado tiene como deber que ningún ario sufra a causa del frío, el hambre o la privación en su vejez.
No hay nada malo en esos deberes y en usar el dinero de los impuestos para aplicarlos, en la medida en que se establezcan por y para los blancos. Tenéis que entender que, como cualquier otra cosa en el subcontinente norteamericano, lo que llamamos asistencia social y políticas socializantes son una cuestión racial. Hay que recordar siempre que todo en América tiene un sentido racial. Actualmente, la asistencia social supone un problema debido a que los receptores de todas esas prestaciones sociales y estafas son, en una mayoría aplastante, negros o bien, cada vez más, inmigrantes de piel oscura procedentes del Tercer Mundo.
Los negros y los inmigrantes tercermundistas son los culpables casi en exclusiva de los excesos del estado asistencial. En el área de servicios sociales, como en cualquier otro aspecto de la vida americana, las vastas reformas que habría que efectuar para que nuestra sociedad se zafase de los negros y otros no blancos suponen algo que da vértigo a la mente cuando te pones a pensar en ello.
Si bien, la mentalidad de dependencia de la ayuda social aparece ocasionalmente entre los blancos –sobre todo en Europa-, ésta desaparecería una vez esas personas vivieran en estados comunitarios y volviesen a sentir interés por la sociedad en la que viven, que comprobasen que el estado funciona por y para la gente blanca, para el bien común de la raza y la nación; y no sólo como un ladrón de los monederos de la gente honesta para regalar el dinero a cualquiera que tenga una piel negra u oscura. Sin duda, muchos blancos han desarrollado una actitud errónea con respecto a la asistencia social y los cupones de comida. Miran a su alrededor y ven a negros, mejicanos, camboyanos, filipinos y Dios sabe qué recibiendo todo ese botín del gobierno y sacan sus conclusiones: “Hey, ¿por qué no debería hacer lo mismo?”. No es, desde luego, la mejor actitud del mundo, pero es comprensible.
En la Alemania nacionalsocialista, tras la revolución de 1933, ni un solo niño alemán padecía hambre, ni una sola familia alemán carecía de casa, ningún trabajador estaba desempleado más allá de un año después del triunfo del Führer y el NSDAP. La nación al completo colaboraba con el programa de Auxilio de Invierno y donaba cosas como un puchero de comida dos veces a la semana, hasta que la economía estuvo bien apuntalada y Alemania volvió al trabajo. Los sindicatos marxistas quedaron abolidos y un genuino Frente del Trabajo se estableció para representar a todos los trabajadores alemanes; tuvo un éxito tan grande que la industria alemán funcionó a pleno rendimiento para el esfuerzo bélico hasta 1945 y las tropas aliadas invasoras encontraron líneas de fábricas que aún producían suministros y munición. Obreros descontentos u oprimidos no muestran semejante entrega. Toda una estructura de servicios sociales se levantó para a fin de apoyar a la familia alemana y dotar de orden, paz y tranquilidad a la sociedad alemana, y estuvo en activo hasta fecha tan tardía como 1945. Se creó un Servicio de Trabajo del Reich que construyó las autopistas que todavía están en uso y reclamó al mar y los pantanos millones de acres de tierra cultivable con la que alimentar al pueblo alemán. Las prestaciones médicas y los cuidados infantiles eran los mejores del mundo en aquella época. Problemas sociales como el divorcio, el alcoholismo y la homosexualidad virtualmente desaparecieron.
Eso es el verdadero socialismo en acción.
[1] El Partido Libertario de los Estados Unidos, como explica Covington, no es un partido anarquista. Aboga por un papel determinante del individuo y la menor intervención posible del estado en la vida pública, pero no tiene relación con la ideología anarcosindicalista elaborada por Mijail Bakunin y el príncipe Kropotkin. Son dos fenómenos políticos diferentes, por más que la palabra “libertario” sea sinónimo de anarquista en el ámbito hispanohablante (N. del T.).
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